Sí, ahora mismo hay aquí muchísimos niños. Pero esto no es nada. Creo que el verano pasado tuvimos aquí cuarenta niños al mismo tiempo. ¿Y por qué no? Es bueno para ellos que estén en contacto con una atmósfera de Baba a tan temprana edad. Por supuesto, ustedes no pueden conseguir alojar a sus hijos en el Centro de Peregrinos a no ser que ellos tengan por lo menos siete años de edad, pero ese es un asunto diferente.
Cada tanto alguien nos pregunta sobre esto, y hay una razón para ello. Aparentemente ustedes piensan que nosotros hacemos las reglas sólo para imponerles nuestra voluntad, pero no es así. A nadie le gustan las reglas, pero son necesarias. Las reglas no serían necesarias si todos tuviéramos sentido común y nos respetáramos. Pero nos encontramos con que no siempre usamos nuestro sentido común.
Permítanme darles un ejemplo. Había una familia que amaba muchísimo a Baba. Y Baba les decía una y otra vez que lo amaran cada vez más, e incluso más todavía. Bromeaba con marido y mujer sobre si lo amaban o amaban más a su respectiva pareja. Baba solía hacer esto con las parejas que le eran muy devotas. Siempre digo que Baba es un Dios muy celoso. Procura siempre ocupar el primer lugar en los corazones de quienes lo aman. Por supuesto, esto es para el propio bien de quienes lo aman, pero esa es otra historia.
Baba nos decía que solamente Dios es real, pero eso no significaba que ignoráramos totalmente al mundo. Vean ahora lo que sucede. La esposa toma muy en serio las palabras de Baba y trata de pasar todo el tiempo pensando en Baba, recordándolo y rezándole en un intento por amarlo cada vez más. Cada día ella pasa cada vez más tiempo en su cuarto de las plegarias, estando con Baba.
Cuando es hora de que sus hijos vayan a la escuela, ella no está ahí para despedirlos. No prepara el almuerzo para sus hijos ni para su esposo cuando éste se va a trabajar. Para acortar esta historia, podría decirse que ella se olvida de su propia familia al ponerse a recordar a su Señor. Y la siguiente vez que lo fue a ver, Baba le dijo que el amor que ella sentía por él lo hacía muy feliz. Y esta mujer se sintió muy feliz al escuchar esto, pero luego Baba agregó: “Tu amor por mí me puso muy contento, pero la forma en la que me descuidaste me puso triste”.
–¿¡Cómo!? ¿Cómo que te he descuidado? –preguntó ella, pues creyó que estaba pasando todo su tiempo pensando solamente en Baba y amándolo–. Pienso en Ti todo el tiempo –le dijo.
–Sí –le contestó Baba–, pero yo estoy en tu esposo, yo estoy en tus hijos, y tú estás descuidando a Baba en ellos.
O sea que esta mujer estaba haciendo sinceramente todo lo posible para obedecer a Baba pero no logró usar su sentido común, al no comprender que no contentaría a Baba si se concentraba en él y olvidaba completamente a su familia.
Y finalmente las reglas son necesarias porque no usamos nuestro sentido común. Permítanme darles otro ejemplo. En los primeros años, después de que Baba abandonó su cuerpo y la gente empezó a venir aquí, no teníamos reglas. Nosotros pensamos esto: estas personas aman a Baba y sabrán comportarse. Pero después nos encontramos con personas vestidas de una manera escandalosa que agraviaba a quienes vivían aquí. No me refiero a los mándalis: ¿qué me importa si todos ustedes vienen desnudos?; pero Ahmednagar es una comunidad muy conservadora. La gente no estaba acostumbrada a los forasteros y sus costumbres, y no comprendía que en el país de ustedes puedan vestir y actuar de esa manera sin darle importancia.
Por supuesto, la culpa tampoco es de ustedes. Ustedes no estaban familiarizados con las costumbres de la India, con los hábitos de la India. Ustedes no podían saber que ninguna mujer india respetable llevaría suelta su cabellera, la cual debe estar siempre trenzada o atada de alguna manera. Ustedes no podían saber esto, por lo que consideramos necesario advertirles sobre nuestras conductas locales. ¿Pero ahora cómo podemos encontrarnos con cada individuo, llevarlo aparte y decirle esto? Durante los primeros años pudimos hacerlo porque no eran muchos los que venían hasta aquí. Nosotros podíamos hacer esto y lo hacíamos: lo hacíamos muy contentos. Pero después la cantidad de personas se hizo tan grande que descubrimos que alguien podría haber llegado aquí varios días antes de que nosotros le habláramos, por lo que nos pareció que lo mejor era que la gente lo supiera cuando llegara a la recepción.
Pero entonces descubrimos que algunos venían hasta aquí y no se registraban en seguida. O estaban recorriendo primeramente la India y, sin que se lo propusieran, estaban perturbando la sensibilidad del pueblo. Y estaban usando distintivos e insignias, lo cual desprestigiaba a Baba. Entonces preparamos un informativo impreso y lo enviamos a Occidente para que ustedes conocieran nuestros hábitos y costumbres antes de venir. Esas no eran reglas sino un amigable consejo porque sabíamos que la gente tendría sentido común cuando comprendiera la situación para no hacer esas cosas. Pero después nos encontramos con que algunas personas, no muchas, no estoy sugiriendo eso, pero siempre hay unos pocos que deciden que esas cosas no son de aplicación para ellas, que Baba quiere que ellas sean naturales, y que para ellas sólo es natural actuar de esa manera. Por lo tanto, para evitarles problemas a ustedes, convertimos ese consejo y esas recomendaciones en reglas. Y los primeros años hubo problemas, y no lo digo por decir.
Algunos de ustedes ya estaban aquí en ese entonces, y pueden corroborar lo que estoy diciendo. Las cosas llegaron hasta tal punto que los niños solían tirar piedras a nuestros amantes de Baba cuando recorrían el pueblo. Tuvo que intervenir Sarosh y hablar con el superintendente de la policía para conseguir un poco para la gente de Baba. En ese entonces ustedes no se alojaban en el Centro de Peregrinos porque no existía, y la gente solía alojarse en el pueblo por su cuenta. Y se suscitaron problemas. A las mujeres las insultaban y les hacían propuestas groseras cuando caminaban hacia el mercado, por lo que al final establecimos una regla: las mujeres no debían caminar solas por el pueblo. ¿Por qué? Para que estuvieran protegidas. Esto es lo que estoy tratando de hacerles entender. Estas reglas no ocurrieron porque a alguien le guste crearlas sino para facilitarles que ustedes vengan y no las acosen, y puedan venir y pensar solamente en Baba. Estas reglas existen por el bien de ustedes.
Y lo mismo ocurre con la regla referida a los niños, los cuales deben tener más de siete años. Porque Baba mismo creó esta regla. Baba solía celebrar grandes programas de darshan, y la gente traía a sus hijos. Era pues lógico que vinieran las familias enteras. Ustedes lo deben haber visto en películas: las madres poniendo sus bebés a los pies de Baba. Y ustedes han escuchado la historia sobre el nazar de Baba. Esa bella explicación que Baba dio se debió a que una mujer había traído aquí a su bebé para que tuviera el darshan de Baba. Pero, cuando se planificó el programa de 1969, Baba dijo que la gente no trajera niños de menos de siete años. ¿Por qué? Porque eso distraería. Distraería a los padres y también a los demás. Baba quería que la gente se concentrara solamente en él.
Por supuesto algunos padres vienen y dicen que aquí no pueden concentrarse porque están pensando todo el tiempo en sus hijos que quedaron en casa. Esto es lógico. Una y otra vez sucedía lo mismo con Baba. Las personas venían, pero sus cabezas estaban en sus hogares, con sus familias, con sus negocios o con alguna preocupación que tenían. Y Baba no quería eso. Quería que la gente dejara todo atrás y pensara solamente en él cuando tenía esta preciosa oportunidad de estar con él. Baba acostumbraba a decirles: “No se preocupen por sus familias, piensen solamente en mí, y yo me encargaré de sus familias por ustedes”.
Y hemos escuchado una anécdota tras otra de personas que experimentaron esto. De personas que estaban experimentando muchísimos problemas cuando se marcharon, pero Le dieron todos sus problemas a Baba y vinieron aquí y regresaron a sus hogares para encontrarse con que Baba se había encargado de todo, mejor de lo que ellos hubieran sido capaces.
¿No les conté toda la anécdota de la época en la que Baba llamó a uno de sus amantes para que estuviera con él? Ese hombre amaba a Baba, pero en esa época tenía tantas preocupaciones comerciales que creía que no podría atreverse a dejar sus negocios. Y entonces no vino. A continuación, cuando Baba lo vio, le preguntó por qué no había venido cuando lo llamó, y el hombre se lo explicó. Baba le dijo: “Yo soy Dios. Manejo la Creación entera, ¿y no crees que yo podía encargarme de todos tus pequeños negocios durante un día o dos mientras estabas conmigo?”.
Hemos escuchado incontables anécdotas de personas que vinieron aquí sin su pareja, mientras el esposo o la esposa se habían quedado porque no había suficiente dinero o alguien tenía que cuidar a los hijos, y quien estaba aquí se sentía a veces culpable, se lamentaba por el que se quedaba y no podía experimentar aquí la atmósfera de Baba, y regresaba para encontrarse con que quien se había quedado había visto a Baba o sentido su presencia en mayor medida que quien había venido.
Pero ahora, por favor, no vayan a sus casas a contarles a todos que Eruch dice que deberíamos olvidarnos de todos nuestros deberes, viajar a la India y pensar solamente en Baba. No se trata de eso. Pero cuando ustedes están aquí, deben tratar de concentrarse en Baba. ¿De qué les serviría preocuparse por sus familias? No los ayudará el hecho de que se preocupen por su familia; por el contrario, no sólo no las ayudarán sino que les impedirá a ustedes conseguir lo que vinieron a buscar: un contacto íntimo con su Amado. Baba acostumbraba a citar a Hafiz: “Si quieres que tu Amado esté presente, no estés ausente”. Baba está siempre aquí, somos nosotros los que nos ausentamos. Y la preocupación es una de las causas principales de que nosotros mismos nos ausentemos. Y si nos preocupamos por nuestros hijos que quedaron en casa, o si nos preocupamos por los hijos que trajimos con nosotros, nosotros mismos nos estamos ausentando en presencia de Baba.
Y porque ellos podrían resultar una distracción, Baba mismo pidió que no trajeran niños de menos de siete años. No hicimos de esto una regla, sino que, cuando preguntaban, compartíamos con la gente el deseo de Baba. Sin embargo, muchas personas trajeron a sus hijos pequeños, ¿pero después con qué nos encontramos? Nos encontramos una y otra vez con que esos niños enfermaban y no se habituaban a la comida ni al clima; no eran felices y solían llorar y suplicar que los llevaran de regreso a los Estados Unidos. Es por este motivo que establecimos una norma para el Centro de Peregrinos, que tenía como destinatarios a los occidentales.
No es que estemos contra los niños, o que los niños sean una distracción. Cualquier niño puede serlo, pero esto es muchísimo más difícil para los niños occidentales. Aquí hay muchas cosas a las que les es difícil adecuarse. No tienen las cosas a las que están acostumbrados, no tienen los juegos ni los programas de televisión, y demás está decir que ni siquiera se bañan todos los días, carecen de duchas con agua caliente, la comida es muy diferente, les resulta difícil dormir por la noche, contraen diarrea o tienen fiebre, y se tornan caprichosos e irritables. Pero los padres no quieren dejarlos y vienen a sentarse en el Mándali Hall, en donde los niños no tienen nada que hacer, salvo quedarse sentados afuera y afligirse, o corretear y alborotar, porque aquí no hay patios de recreo. Ahora, esto es un asilo de ancianos.
Aquí todos somos casos geriátricos. Hemos armado una hamaca o, como ustedes llaman, un columpio, pero se requiere más para poder tener contentos a niños muy activos. Así y todo, cuántas veces se nos acerca un niño llorando porque se lastimó. No podemos cuidar a los niños como es debido. Ni siquiera nosotros mismos podemos cuidarnos en estos días. Al final, alguien por su buen corazón termina llevando a los niños a lo alto de la Colina, o jugando con ellos, pero en medio de todo esto se producen distracciones. Y también muchas quejas por parte de los peregrinos.
Y la doctora Goher se preocuparía por ser la única que se encargaría de los niños y cuidaría la salud de éstos. Aunque esté muy ocupada con la clínica y no tenga tiempo para esas cosas, aun así la gente la iría a ver. La gente podría ver fácilmente a un médico en el pueblo, pero acudiría a ella y le diría: “Mi hijo está enfermo, ¿qué debo hacer?”. Y todos ustedes saben cuán bondadosa es Goher. Ya está sobrecargada de trabajo porque no sólo dirige la clínica sino que también administra la casa. Tiene que atender muchísimas cosas, se encarga de todos los mándalis y créanme que ese no es un trabajo fácil. Actualmente todos nosotros somos ancianos y frágiles. Uno no puede comer esto porque le revuelve el estómago, otro no puede comer aquello porque lo constipa, realmente, esto se parece más a un asilo de ancianos que a un ashram, y la pobre Goher es también anciana, pero nos cuida a todos nosotros, atiende la casa, encarga los suministros, mira lo que necesita arreglos, etcétera, etcétera, y también administra la clínica y se reúne con los amantes de Baba cuando vienen, y encima de todo esto vienen los amantes de Baba y quieren que sea ella quien los trate. Acuden a ella por cosas simples, por una aspirina o una pastilla de cloruro de potasio. Se puede conseguir todo esto en el Centro de Peregrinos. Pero la gente nos dice: “Goher trató a Baba, y entonces también queremos que nos trate a nosotros.” Y es verdad. El tratamiento de Goher es diferente. También los aldeanos dicen esto. No porque ella recete un medicamento diferente sino porque trata a todos sus pacientes con ese amor. Pero ya es demasiado. Y por eso les decimos que vayan a conocer a la doctora Goher, se sienten con ella, compartan con ella su amor por su Amado Meher Baba, pero que no vayan a verla con sus problemas de carácter médico. Aquí hay muchos otros médicos y enfermeras, que viven aquí como residentes: hay alópatas, homeópatas, quiroprácticos y médicos de toda clase que se pondrán muy contentos por tratarlos. Incluso ellos dan turnos para consulta y, en caso de urgencia, pueden acudir a ellos a cualquier hora. ¿Entonces qué necesidad hay de agobiar más a la pobre Goher?
Por supuesto, ella se pondría furiosa conmigo si supiera que yo estuve diciendo esto, pero es la verdad. Después de todo, esto es de sentido común. Eso es lo que estoy diciendo. No necesitaríamos reglas si usáramos nuestro sentido común.
No tenemos nada contra los niños. Por el contrario, amamos a los niños. Baba nos dijo que teníamos que llegar a ser como niños, no infantiles, sino como niños. Baba amaba a los niños, a los niños y a los venerables ancianos de largas barbas.
Es una delicia cuando vienen los niños. Tienen tal inocencia y tal pureza. Aprendemos muchísimo de ellos. Recuerdo que un día Mani estaba contando una anécdota sobre una sobrina de Baba, quien había venido y le estaba haciendo preguntas a Baba. Ella no podía entender cómo Baba, puesto que era Dios, había permitido la creación de cosas horribles, como los escorpiones y las serpientes y los lagartos. Ella tenía mucho miedo a esas criaturas, ni siquiera podía soportar el hecho de verlas y entonces, lógicamente, cuando le preguntaba a Baba sobre las cosas malas que hay en el mundo, ese era el ejemplo que ella usaba. Era el ejemplo de una niña. Los adultos preguntan por qué existe el sufrimiento y por qué hay enfermedades y guerras, pero esa niña quería saber por qué Baba había permitido la existencia de esas criaturas dañinas.
Baba la miró y le hizo el comentario de cuán linda era, lo cual era cierto: ella era linda. Y luego Baba continuó diciendo: “Sin embargo, cada mañana, cuando vas al baño, ¿no sacas la suciedad que tienes dentro? Eres bella, pero todos los días produces esa suciedad con la que no quieres tener nada que ver. ¿No es así?”. Y la niña le dijo que sí. “Lo mismo ocurre conmigo”, replicó Baba. “La Creación ha salido de mí, y aunque tú me veas tan bello y amoroso, de mí salieron algunas cosas que te parecen una suciedad, que evitarías igual que la suciedad que sale de ti, aunque tú eres bella. Y esa suciedad que sale de ti es la que te mantiene bella y sana.”
Y la niña quedó satisfecha con esta respuesta. Tenía sentido para ella, pudo comprenderla y estaba satisfecha. Un día Mani contó esta anécdota en la sala, y sucedió que esa vez había aquí una chica con nosotros. Entonces yo estaba tratando de pensar qué anécdota debería contarle. Yo sabía que a ella no le interesaban las discusiones sobre el libre albedrío y los planos de consciencia, y la anécdota de Mani me hizo acordar de otra relacionada con la sobrina de Baba, y pensé que podría interesarle a aquella chica, puesto que tenía más o menos la misma edad que la sobrina de Baba cuando estuvo aquí. Entonces seguí relatando como esa sobrina miró una foto de Baba y preguntó por qué a menudo en las fotos había una especie de aureola luminosa alrededor de Baba, pero que esa aureola no existía en la vida real. “Puedes ver esa aureola de la foto con tus ojos, pero se necesita otro ojo...” dijo Baba señalándose la frente, “...para ver esa aureola en la vida real. Si me miraras con ese ojo verías una aureola alrededor mío.”
Ni bien terminé esta anécdota, la chica dijo en voz alta:
–Pero yo veo la aureola.
Y yo le dije: “Puedes verla en la fotografía, pero no es realmente una aureola”.
–No, no –dijo la chica–, todas las veces que voy a la tumba veo la aureola alrededor de la losa de mármol de Baba.
–¿Tú la ves? –le pregunté, porque esto era una novedad para mí. Yo nunca había visto esa aureola. Entonces le hice muchas preguntas, pensando que la chica debía haber imaginado eso, pero ella fue categórica. Le sugerí que era la luz del sol que provenía de la puerta, o que ella estaba viendo meramente la luz que se reflejaba en la fotografía de Baba detrás del mármol, pero ella era categórica, y me contó dónde estaba parada y cómo la luz estaba totalmente alrededor de la losa, etcétera, etcétera, y quedó muy sorprendida porque suponía que todos veían esa luz.
Y esto me enseñó muy bien a no subestimar a Baba, y a no suponer que sólo porque no tengo determinada experiencia, Baba no podría hacer que otra persona la tuviera. Es imposible poner límites a Baba. Y desde entonces hemos escuchado muchas anécdotas como esa y, aparentemente, Baba se aparece a menudo a los jovencitos de maneras que nosotros no captamos. Ustedes han escuchado lo de las dos chicas que celebraban reuniones para tomar el té, a las que asistía Baba. Veían a Baba físicamente con ellas, jugando con ellas. Ha habido muchísimas anécdotas como esta, lo cual me hace comprender un poco a qué se refiere Baba cuando dice que deberíamos ser como niños. Un chico, con su inocencia y su pureza, puede ver a Baba de una manera que nosotros no podemos.
Pero esto no ocurre con todos los chicos. Precisamente el otro día había una chica que estaba sentada a mi lado. Aparentemente ella quería preguntarme algo pero era demasiado tímida. Cuando me dirigí a ella diciéndole: “¿Hay algo que quieres preguntarme?”, ella bajó la vista y sacudió la cabeza, pero tuve la sensación de que ella estaba pensando algo. Entonces, cuando todos salieron para almorzar, me quedé y volví a preguntarle si había algo que quería preguntarme, y ella me dijo: “Eruch, si Dios está en todas partes, ¿por qué no podemos verlo?”.
¿Entonces, qué podía decirle? Esa era una buena pregunta, y anteriormente yo nunca había pensado en eso. Y ella lo decía muy en serio, yo no podía limitarme a contestarle algo a la ligera, y ella quería saberlo de verdad. Entonces vino Baba a rescatarme y me hizo decir:
–Porque él es infinitamente compasivo.
–¿Qué quieres decir? ¿Cómo puedes decir que él es compasivo cuando yo quiero ver a Baba y no lo veo?
Le dije: “Sí, eso es verdad, ¿pero lo quieres ver realmente? Cuando realmente lo quieras ver, lo verás, pero hasta entonces sería una intromisión de su parte. Y porque él es compasivo, no quiere entrometerse en tu privacidad.”
–Oh sí, yo quiero verlo más que cualquier otra cosa en el mundo. ¿Cómo sería eso una intromisión? –replicó ella.
Entonces le dije “Bueno, sólo piénsalo. Piensa en todas esas veces en las que tal vez estabas haciendo algo que realmente no debías estar haciendo. Digamos que tus padres tienen caramelos: ¿te gustan los caramelos?”. Ella me dijo que sí. Entonces le dije: “¿Qué tal si tus padres tuvieran unos caramelos en un frasco y te sintieras tentada para sacar uno? ¿Qué harías? ¿Sacarías uno cuando tus padres estuvieran en la habitación?”
–¡Oh, no! –me dijo–. Espero hasta que no haya nadie cerca, cuando nadie pueda verme, y entonces sacó uno.
–¿Y qué pasaría si en ese preciso momento apareciera Baba? ¿Qué y cómo te sentirías entonces? –le pregunté.
–Me sentiría avergonzada –me dijo.
–Eso es lo que te quiero decir –le contesté–. Te sentirías incómoda; sería una intromisión por parte de Baba interferir en tu privacidad en ese momento. Y durante todo el día estamos haciendo y pensando cosas que realmente no nos sentiríamos cómodos haciéndolas en presencia de Baba. Yo puedo estar aquí sentado pensando qué lindo sería ver a Baba, y tal vez anhele verlo, pero en el momento siguiente pasa por mi mente un pensamiento indigno y, si en ese preciso instante apareciera Baba, me sentiría muy avergonzado. Entonces, por compasión, Baba mismo se abstiene. En verdad él ansía muchísimo revelarse. Está más ansioso por dejar que lo veas que lo que lo estás tú por verlo, pero se abstiene por compasión hacia ti y hacia todos nosotros, porque él sabe que realmente no lo queremos ver. O más bien queremos verlo, pero sólo un instante o dos, y no queremos tenerlo delante de nosotros a cada momento. Entonces, hasta que estemos dispuestos a querer realmente su compañía, hasta que queramos verlo más de lo que queremos birlar ese caramelo, o complacernos en algún pensamiento indigno, por su infinita compasión, él no nos deja verlo.
Esto es lo que le dije a aquella chica. No sé si la satisfizo o no. Pero después de eso pensé que era bueno ese ejemplo que Baba me había dado. Y a eso me refiero cuando digo que aprendemos muchísimo de los niños. Yo nunca había pensado en eso, pero debido a aquella preguntita, Baba me dio este ejemplo. ¿Les gusta? ¿Qué piensan?