<>
Índice

Las chappals de Meher Baba

Las chappals de Meher Baba

Las chappals de Meher Baba

Gabriel Pascal era un famoso cineasta, y en 1933 la Princesa Norina Matchabelli había conversado con Pascal en París sobre la posibilidad de que él dirigiera una película basada en determinadas ideas de Meher Baba. Baba se mostró muy interesado en que se hiciera una película que expresara temas espirituales, hubo contactos con muchas personas, y hasta tenemos una copia del guión escrito para Baba, pero esa película no se hizo nunca. 

De todas maneras, en 1934, Norina consiguió que Pascal fuera a Zurich, Suiza, para encontrarse con Baba por primera vez. Pascal era más bien escéptico acerca de Baba y muy orgulloso de sí mismo cuando llegó. Pero después de conocer a Baba, la historia fue distinta. Como lo señaló uno de los mándalis: “Vino como un león y se fue como un cordero”. Sobre este encuentro Pascal escribió: “Me volví de inmediato un sirviente devoto. Haré cuanto él desee que haga. No necesitaré un guión. Un día me internaré con mis hombres en la selva y allí empezaremos a filmar. Lo haremos en el sitio mismo. Mostraré cómo Dios vive entre los hombres”.

Como les dije, con esa película no se llegó a nada, pero Pascal volvió a encontrarse con Baba posteriormente en India y un año después regresó a Estados Unidos. Como regalo de despedida, Baba le dio a Pascal un par de sus chappals. Estas sandalias y una maleta deteriorada por la intemperie fueron todo el equipaje de Pascal cuando lo hizo desembarcar en San Francisco un marino con el que Pascal trabó amistad en Bombay. Aunque en diferentes épocas de su vida Pascal ganó mucho dinero, también lo gastó a manos llenas y quebró con frecuencia. Así estaba cuando pisó tierra en Estados Unidos.

Esto no le impidió ir al Saint Francis Hotel, el más lujoso de San Francisco, y alojarse allí, en la mejor habitación, como siempre. Tras una breve estadía, Pascal decidió que era hora de que fuera a Hollywood a tentar suerte, pero el gerente del hotel, un italiano que conocía a Pascal, le exigió que le pagara la cuenta. Pascal le aseguró al hombre que pronto tendría millones de dólares y le pagaría la cuenta, pero el gerente se puso firme: si Pascal no podía pagarle de inmediato, tendría que dejar su maleta en prenda.

Entonces Pascal le ofreció al gerente, a cambio, las sandalias de Baba. 

–Tienes que comprender –le dijo Pascal–, que estas sandalias valen millones de dólares. Pertenecieron a un Maestro de la India. Te digo que te traerán mucha suerte y eres afortunado al tenerlas. ¡El sólo hecho de poder tenerlas un tiempo vale más que la pequeña e insignificante suma de dinero que me estás cobrando por la habitación del hotel!

Al gerente le encantó poseer, aunque fuera provisoriamente, estas sandalias mágicas, las aceptó y permitió que Pascal se fuera. Un tiempo después, Pascal volvió a ganar dinero y regresó a San Francisco para recuperar las sandalias. Fue a San Francisco, pero el anciano gerente ya no trabajaba allí. Evidentemente había tenido muchísimo éxito porque de hecho era millonario, y había dejado de ser gerente de hotel para ser entonces accionista de una gran empresa. Pascal lo fue a ver y le reclamó las sandalias, pero el hombre se negó a separarse de ellas. 

–Pero ahora yo tengo el dinero para pagar la cuenta del hotel –le explicó Pascal. 

–No me importa. Esas sandalias me dieron suerte. No me desprendería de ellas por nada de nada. Todo lo que ahora soy se lo debo a ellas.

–Pero no solamente te pagaré; te pagaré mi cuenta con intereses.

Pero el ex gerente se negó a desprenderse de las sandalias, sin importarle cuánto argüía Pascal que las sandalias le pertenecían. Al final quedó en claro que el ex gerente nunca se iba a desprender de las sandalias, y entonces Pascal le preguntó si por lo menos podía verlas. El hombre estuvo de acuerdo en esto e hizo retirar las sandalias de la caja fuerte en la que las guardaba. Las sandalias de cuero de vaca que Baba había usado y que habían sido confeccionadas por un zapatero de una aldea de la India le fueron traídas sobre una bandeja de oro macizo. Tal era el respeto que el ex gerente tenía a las que para él eran meras sandalias de la suerte, y ni siquiera apreciaba que esas eran las sandalias que el Dios-hecho-Hombre había usado durante su vida. ¿Si él guardaba las sandalias en una bandeja de oro, entonces cómo deberíamos exhibir las sandalias de Baba? ¿No deberíamos tratarlas con mayor reverencia aún?

Esto me recuerda otra anécdota sobre las sandalias de Baba, la cual tal vez plantee la cuestión del respeto y la reverencia debidos a las sandalias del Señor en una apropiada perspectiva. Parece que durante los primeros años en Meherabad, Baba había ordenado a los mándalis que lo siguieran en cualquier momento que él saliera de Meherabad, sin importarles lo que ellos estuvieran haciendo en ese instante.

Un día Baba salió repentinamente de Meherabad y empezó a caminar hacia las viviendas familiares, cerca de la aldea de Arangaon. Vishnu, que era uno de los primeros mándalis, vio que Baba se iba y corrió inmediatamente detrás de él, aunque en ese momento estaba descalzo. Al alcanzar a Baba, Vishnu se dio cuenta de que Baba no tenía consigo una pizarra ni un crayón para comunicarse. Baba envió a Vishnu de vuelta a Meherabad para que le trajera una pizarra y un crayón, indicándole a Vishnu que, mientras tanto, usara las sandalias de Baba.

Vishnu vaciló: ¿Quién era él para usar las sandalias de Baba? Retrocedió, pero Baba insistió. Vishnu protestó diciendo que él no podía cometer semejante sacrilegio, que las sandalias de Baba eran sagradas y que él no podía profanarlas usándolas personalmente. Ante esto Baba le preguntó: 

–¿Has venido aquí por mí o por mis sandalias? Estás dando más importancia a mis sandalias que a mí. Si piensas que mis sandalias son más importantes que obedecer lo que yo te ordeno, ¿entonces de qué sirve que estés viviendo conmigo?

Vishnu se dio cuenta del error que había cometido, se puso las sandalias de Baba y corrió de vuelta hacia Meherabad para traer las cosas que Baba quería. Entonces sí debemos respetar y reverenciar cuanto se asocie con el Señor, pero no debemos permitir que nuestro respeto por cualquier objeto físico interfiera entre nosotros y nuestra obediencia al Señor.


Pizarras
Perdidos en su océano