Muchas veces ustedes me han oído decir que había que valerse del propio ingenio para vivir con Meher Baba. Así como en la anécdota que les conté el otro día sobre la serpiente a la que se le permitía silbar pero no picar, de igual manera a los que vivíamos con Baba no se nos permitía mentir, pero teníamos que ser capaces de pensar con rapidez y usar nuestro ingenio. Por ejemplo, cuando viajábamos con Baba, él hacía malabares para procurar que nadie lo reconociera. Recogía su cabello debajo del sombrero y usaba anteojos para disfrazarse. Durante años y años, en realidad durante décadas, Baba viajó por toda la India, abarcando miles de kilómetros en tren, auto, ómnibus y carreta tirada por bueyes, pero sin revelar nunca su identidad. Entonces los que viajábamos con él sabíamos que prefería permanecer incógnito. Pero aun así, a veces la gente lo reconocía a pesar de las precauciones que él tomaba.
Podría ser que estuviéramos sentados en el compartimiento de un tren y que otra persona me codeara diciéndome: “¿Es ese Meher Baba?”. Ahora bien, ¿qué podíamos hacer? Por un lado, simplemente no podíamos mentir y decirle: “No”, porque eso no le agradaría a Baba. Pero, por otra parte, si le decíamos “Sí”, eso también le desagradaría a Baba porque si la gente lo reconociera, interferiría en su trabajo. Entonces lo que hacíamos en esa situación era mirar burlonamente a la persona y decirle: “¿Qué?” como si fuéramos duros de oído.
–¿Meher Baba es ése que está con ustedes?
–¿Quién?
–Meher Baba
–¿Qué está diciendo? –etcétera, y la persona llegaba a la conclusión de que, si nosotros no reconocíamos el nombre de Meher Baba, entonces con seguridad no podíamos estar viajando con él, de modo que dejarían de hacer preguntas y no intentarían acercarse a Baba.
Ustedes saben que, cuando Baba nos daba una orden, nunca nos decía cómo se suponía que la cumpliríamos; eso nos correspondía a nosotros. Él nos la impartía. Y a menudo teníamos que usar nuestro ingenio. No se puede ser un zoquete si se va a servir al Dios-hecho-Hombre; hay que usar la inteligencia. Hay que ser sagaz y listo. Una vez estábamos viajando en verano y nos alojábamos en un dak. Ahora bien, estas casas están reservadas para los funcionarios del gobierno. Técnicamente no teníamos ningún derecho a estar ahí. Pero mi padre era un funcionario de alto rango. Era Inspector de Calderas y Fábricas, y cuando trabajaba solíamos viajar mucho. Entonces cuando llegamos a esa posada actuamos como si fuéramos miembros de ella y nos registramos firmando el libro respectivo como “Jessawala y grupo”.
Bueno, esta única vez firmamos todos para estar en el hospedaje, y yo estaba con Baba porque mi trabajo consistía en estar con Baba y atender sus comodidades personales. Los otros mándalis se alojaban habitualmente en otra habitación, o en el patio para que sus ronquidos no molestaran a Baba. Era verano, y hacía mucho calor. Ustedes saben que a Baba nunca le gustaron las corrientes de aire. Me hacía cerrar siempre las ventanas para no tener corriente. Esto hacía que el calor fuera insoportable, pero era así como le gustaba a Baba. Bueno, esa noche, un rato después, Baba me dijo con gestos que no podía dormir porque había demasiado ruido.
Yo escuché, pero al principio no pude oír nada. Entonces puse mi oído en el piso y pude oír la vibración. Le dije:
–Baba, creo que lo que oyes es el ruido del ventilador de la habitación de abajo. –Baba me indicó que bajara para pedirle al hombre que redujera la velocidad del ventilador.
Ahora bien, vean en qué situación estaba yo metido. En primer lugar, no se suponía que nosotros nos alojáramos en el hospedaje. Y ahora Baba me estaba pidiendo que yo fuera a pedirle a alguien, que tenía derecho a estar ahí, que apagara su ventilador con semejante noche calurosa. Y no solamente eso, sino que como resultó, el hombre que se alojaba debajo de Baba era el ingeniero en jefe de todo el distrito, el hombre a cargo, por así decirlo, de ese hospedaje, quien decidía quién se alojaba y quién no se alojaba ahí.
Bajé en calzoncillos porque hacía mucho calor y porque una vez que Baba me había dado la orden, no le gustaría que yo esperara hasta vestirme de nuevo para cumplirla. Golpeé la puerta de aquel hombre y le expliqué que mi hermano mayor se alojaba en la habitación de arriba y que él había estado viajando y trabajando muchísimo, y necesitaba desesperadamente dormir profundamente pero el sonido del ventilador lo mantenía despierto, y si le sería posible reducir la velocidad del ventilador.
El hombre pareció considerar que este era un pedido más bien insólito, dado el calor, pero se lo supliqué y me dio su consentimiento. Regresé adonde estaba Baba y le informé lo que había sucedido. Baba se acostó pero, un minuto o dos después, se incorporó y me dijo con gestos que todavía había mucho ruido. Yo debía ir a pedirle al hombre que apagara su ventilador por completo. Ahora bien, yo sabía que si yo simplemente bajaba y le pedía que apagara su ventilador, probablemente ni siquiera abriera la puerta una vez que oyera mi voz. A un alto funcionario del gobierno no le gusta que lo molesten de noche, y él tenía autoridad para expulsarnos del hospedaje, pues no éramos de allí. Entonces tuve que usar mi ingenio. Fui y golpeé de repente, y cuando dijo:
–¿Quién está ahí?
Le contesté con el mejor tono oficial que pude:
–Mensaje para usted.
–Deslícelo por debajo de la puerta –me dijo.
–No entrará –repliqué. Entonces, de mala gana, se levantó y abrió la puerta.
–¡Oh, es usted otra vez! ¿qué quiere ahora?
–Quiero agradecerle por reducir la velocidad del ventilador, pero estuve pensando cuánto calor debe tener usted ahora, y he venido a sugerirle que podría estar más cómodo durmiendo al aire libre. Puesto que usted fue tan amable como para reducir para nosotros la velocidad del ventilador, mis compañeros y yo sacaremos al patio su cama, su mesita de luz y todas sus pertenencias, y allí usted podrá aprovechar la agradable brisa. Tardaremos solamente cinco minutos, y creo que usted estará mucho más cómodo.
La sugerencia desconcertó al hombre por completo, pero yo le recalqué que eso no sería ninguna molestia para él, que podríamos efectuar el cambio en sólo unos minutos y que luego no se lo volvería a molestar el resto de la noche, y él estuvo de acuerdo. Entonces, con la ayuda de Pendu y de los otros compañeros, pusimos la cama del hombre en el patio, debajo de un árbol, y él durmió cómodamente. Lo más importante del caso fue que, usando mi ingenio, pude conseguirle a Baba lo que él quería, o sea, que se apagara por completo el ventilador de ese hombre.
Sin embargo, esta historia tiene al final un pequeño giro simpático. A la mañana siguiente este hombre me vio y me preguntó “cómo se sentía hoy” mi hermano mayor. Le dije que se sentía mucho mejor y que había conciliado bien el sueño.
–Quisiera saber si yo podría conocer a su hermano mayor –me preguntó el ingeniero.
–No sé. Tengo que preguntarle –repliqué, y de esta conversación le di cuenta a Baba, quien me sorprendió aceptando el pedido del hombre. Volví a ver al ingeniero y le dije que podía ver a mi hermano mayor, y fue así que tuvo el darshan de Baba.
–Yo pensé que debía ser Meher Baba –me dijo a continuación de eso–. Sus pedidos eran tan insólitos que sospeché que su hermano mayor no era una persona común y corriente. Y esta mañana examiné el registro y leí ‘Jessawala y grupo, de Ahmednagar’; entonces estuve segurísimo de que debía ser Meher Baba.
Y así el hombre tuvo la buenaventura de recibir el darshan de Baba. A veces me pregunto si toda aquella queja por el ventilador no la habría montado Baba para que este ingeniero sintiera la curiosidad y el impulso de buscarlo.
Recuerdo otra vez en la que Baba estaba viviendo en Lonavala, cerca de Pune. Una noche yo estaba con Baba cuando de repente me hizo saber que deseaba un poco de coriandro. Debía ser alrededor de la una de la noche y Baba me preguntó si podía conseguirle un poco.
–Por supuesto –le dije–. Voy a despertar al personal de la cocina y conseguiré un poco. –El coriandro es un ingrediente común, y siempre teníamos un poco. Yo sabía que tenía que haber un poco en la cocina, pero Baba me dijo:
–No. No despiertes a nadie. ¿Tú no puedes conseguir coriandro afuera? –Entonces, a la una de la noche, ¿dónde iba yo a conseguir coriandro? Pero le dije:
–Lo intentaré, Baba –y me fui.
Por supuesto, a esa hora el mercado estaba cerrado, pero cómo sucedió, yo había tenido una trifulca con el supervisor del mercado pocos días antes. Según recuerdo, cerca del mercado había una alcantarilla abierta, o la gente estaba lavando verdura en agua sucia o algo por el estilo, y yo había ido a ver al supervisor para quejarme por esa situación antihigiénica. Entonces sabía dónde vivía el supervisor, y fui a su casa. Aunque yo acababa de tener una gran discusión con él pocos días antes, no tuve otra opción que la de ir a verlo. Golpeé su puerta con fuerza y finalmente logré despertarlo. Tan pronto me vio supe que estaba furioso, y entonces, antes de que pudiera decir algo, empecé a disculparme por despertarlo a esa hora y le expliqué que se trataba de una emergencia y que necesitaba un poco de coriandro. Le expliqué que el último deseo de mi hermano mayor cuando yacía en su lecho había sido comer un poco de coriandro. Yo no mentí, nunca dije una mentira, sino que me las ingenié para crear la impresión de que Baba estaba en su lecho de muerte. Finalmente el corazón del hombre se ablandó, porque se vistió, salió a agarrar su bicicleta, y entonces me condujo hasta el mercado, lo abrió, entró y me dio un gran manojo de coriandro.
Yo regresé, lo lavé y se lo di a Baba, quien lo comió y saboreó. Baba dio muestras de estar contento porque yo había podido conseguirle un poco de coriandro a esa hora de la noche.
Otra vez éramos cuatro o cinco los que estábamos con Baba en Aurangabad. Baba nos hizo saber que deseaba trabajar un poco estando recluido en un cementerio de allí. Baba no quería que nadie lo molestara, de modo que nos apostamos alrededor del muro del cementerio, ocupando cada uno de nosotros un lado diferente para impedir la entrada de cualquier persona. Baba quería una atmósfera silenciosa y tranquila.
Lamentablemente, como sucedió, yo estaba de guardia en el portón principal y cinco o diez minutos después vi que se acercaba al portal una procesión fúnebre. Baba había dicho que procuremos que no entre nadie, así que sabía que tenía que detener esta procesión. ¿Pero cómo podría hacerlo? Yo no podría simplemente avanzar y ordenarles que se detuvieran. Entonces fui a su encuentro cuando todavía estaban a poca distancia y empecé a ponerme a conversar con los de la procesión.
En primer lugar le di el pésame a esa gente. Los consolé dando el pésame a los que estaban llorando, expresándoles mis condolencias y mi pesar por su sufrimiento. Era lógico que yo hiciera eso, y a ellos no les pareció raro. Pero ahora que se habían detenido para aceptar mis condolencias, yo pregunté cómo se llamaba la persona que había muerto. Luego pregunté qué edad tenía y en qué circunstancias había muerto. Y les pregunté por la familia, cómo seguían adelante, cuántos hijos había, si los padres aún vivían, etcétera.
Entonces, después de enterarme de todo sobre la familia del hombre, empecé a preguntar por ellos mismos a los de la procesión: cuál era su parentesco con el difunto, cómo se ganaban la vida y si recientemente habían tenido defunciones en sus familias. En resumen, hice toda clase de preguntas, conversé al azar, cualquier cosa que se me ocurriera. Entretanto, los que estaban en la retaguardia de la procesión se estaban preguntando qué era lo que los detenía. Yo debí haber conversado media hora por lo menos con esa gente hasta que finalmente oí que Baba batía palmas. ¡Qué alivio fue! Detuve la conversación en la mitad, di la espalda a la procesión y corrí hacia el cementerio. Esa gente debió haber quedado perpleja por esta extraña conducta mía.
Baba había terminado su trabajo, y entonces salimos con él del cementerio atravesando la puerta principal. Mientras nos íbamos, la procesión fúnebre estaba entrando. Baba comentó:
–Cuán bendito es ese cuerpo porque yo estoy aquí mientras él se dirige hacia su última morada.