A decir verdad, ustedes dos tienen razón. Tú padre tiene razón cuando dice que simplemente tienes que amarlo, y tú la tienes cuando dices que tienes que obedecerle. La obediencia es muy importante. Meher Baba recalcaba mucho esto. ¿Pero qué obedecerás? En primerísimo lugar Baba nos dejó una orden que tiene vigencia: la de amarlo como él debería ser amado. Entonces tu padre tiene razón. ¿Pero quién de nosotros es capaz de obedecer eso? Entonces si no logramos obedecerlo en eso, hay ante nosotros otro curso de acción posible, y consiste en obedecerle en cosas menores. Y es ahí donde entra el tipo de obediencia del que estás hablando.
Lo mismo sucede con la interrupción de su silencio. ¿Recuerdan lo que discutimos ayer? Tienen razón los que dicen que la interrupción del silencio por parte de Baba será un suceso sensacional, como el estallido de mil bombas atómicas, porque Baba dijo eso. Pero Baba también dijo que su voz hablando en nuestros corazones es la interrupción de su silencio, de modo que esto también debe ser cierto. Baba ha dicho ambas cosas, y entonces ambas deben ser ciertas. Hermano, te lo digo, te lo digo una y otra vez, sea lo que fuere, es cierto, es parte de la verdad, pero no es toda la verdad.
Y el mundo es así: todo lo que ves o experimentas es parte de la ilusión. Ahora bien, ¿qué significa la ilusión? La ilusión significa que se trata del reino de la dualidad. Entonces no importa lo que digas, lo contrario también estará ahí. Si tienes calor, también tendrás que tener frío. En esto no tienes remedio, no hay manera de librarse de esto, porque esa es la naturaleza de la dualidad, de la ilusión. Pero la verdad, toda la verdad, se halla más allá de la dualidad. Y es por este motivo que Baba hizo hincapié en el amor. Porque el amor es la experiencia de la unidad en medio de la dualidad. ¿Conocen la frase de Mahoma que me gusta citar? ¿Están familiarizados con ella?: “La armonía es la huella de la unidad en la multiplicidad”. Baba dijo una vez que debíamos empeñarnos en procurar la unión o la armonía real, la cual es la unión en la diversidad.
En tanto tratemos de entender las cosas con nuestra mente, estamos lidiando con el reino de la dualidad. Pero cuando el corazón experimenta el amor, saboreamos una gota de la unidad de la vida. Tal vez sea por este motivo que Baba dijo que el entendimiento no tiene sentido y que el amor ciertamente lo tiene. Pero luego tú planteas el asunto de la obediencia porque Baba dijo que la obediencia tiene más sentido. ¿Pero de qué se trata esa obediencia que Baba quería? Consiste en amarlo como él debe ser amado. Entonces obedecer a Baba consiste en que intentemos amarlo. He aquí la diferencia entre obedecer y amar. El amor real implica obediencia, y la obediencia forma parte del amor. ¿Cuándo tu Amado te pide un favor, se lo niegas? Desde luego que no. De hecho, cuando amas a alguien, ni siquiera esperas que tu Amado te lo pida, sino que te anticipas a sus necesidades y las resuelves de antemano. Me refiero a eso cuando digo que el amor implica obediencia.
¿Por qué Baba hacía entonces hincapié en la obediencia? Porque él sabía que no podíamos amarlo como él debería ser amado. Eso es lo que él quiere. Pero no somos capaces de hacerlo. Entonces Baba nos dice: está bien, si no eres capaz de hacerlo, entonces obedéceme. Y es ahí donde entran en juego las siguientes órdenes que están en vigencia. ¿Cuáles dijiste que eran esas órdenes? No drogarse, no tener relaciones sexuales fuera del matrimonio, el mensaje “Cómo amar a Dios”, etcétera, etcétera. Todas esas órdenes son buenas, lo que dices es cierto: son Sus órdenes que están en vigencia si las consideras así. Pero luego tu padre también tiene razón en que te concentres simplemente en recordarlo y en pensar en Él, pues estas son las principales lecciones sobre aprender a amarlo. Y también son las lecciones de segundo orden. Las lecciones no cambian, sino que lo que cambia es la manera con que nos ocupamos de esto. Se vuelve más natural. Más automático y espontáneo, pero todavía nos encontramos pensando en Él y recordándolo. Después de todo, cuando obedeces a lo que tú llamas Sus órdenes en vigencia, ¿qué sucede, también estás pensando en Él y recordándolo, no es cierto? De modo que todo se reduce a lo mismo. Es como si estuviéramos en la circunferencia de un círculo infinitamente grande. No importa de dónde empezamos, cuando nos acercamos a Dios nuestros senderos convergen hasta que, cuando lo hallamos a Él, ya no hay diferencias: sólo hay unidad.
Pero esta sala no tiene ese destino. No está destinada a conversaciones sobre la unidad porque cuando uno experimenta eso, no tiene necesidad de conversar. Las palabras significan separación y dualidad. Entonces déjenme contarles una anécdota que trata totalmente sobre la unidad, y sobre la separación, la obediencia y el amor. Pueden llamarla una epopeya. Y si derrama alguna luz sobre lo que hemos estado hablando, bienvenido. Caso contrario, también bienvenido, pues esa es la naturaleza de nuestra vida en la dualidad.
Esta anécdota se refiere a nuestros viajes con Baba. Éramos sólo unos pocos. Los que estaban eran: Gustadji, Vishnu, Baba, Chaggan, Baidul y yo. Baba estaba trabajando con los masts¸ viajábamos con él hacia Calcuta, y el viaje era largo y agotador. Ustedes saben lo que nos sucedía cuando viajábamos con Baba. No se trataba tanto del hecho de que dormíamos raras veces, sino de la ansiedad y la nerviosidad que sentíamos porque también nos preocupábamos mucho por cuidar el cuerpo físico de Baba. Nosotros mismos no nos cuidábamos. Yo era joven y fuerte, y podía apartar fácilmente a la gente con el hombro y subir al tren sin importarme cuán atestado estaba. Yo también podía pasar largo tiempo sin dormir o comer: ¿qué es eso, de qué sirve? Yo podía ponerme cómodo en un tren sin importar las circunstancias, sentarme encima del equipaje de alguien y estar todo el trayecto parado si era necesario, pero la cosa era diferente con Baba. Nuestro deber consistía en procurar que él estuviera cómodo, de modo que nosotros estábamos siempre ansiosos por encontrar un lugar para Baba. ¿Seríamos capaces de protegerlo en la frenética aglomeración del andén y, después, tendríamos suficiente tiempo para subir todo el equipaje, con el que Baba siempre viajaba, al tren antes de que éste saliera? Esa clase de inquietud era la que hacía que nuestro viaje fuera semejante sufrimiento para nosotros. Y luego, para empeorar las cosas, estaba Gustadji. Ya les dije que todos los que estábamos con Baba éramos unos personajes, y Gustadji no era una excepción.
El deber de Gustadji consistía simplemente en estar con nosotros, y entretener y complacer a Baba con su presencia. Pero los viajes eran muy largos. Yo tenía que ocuparme de muchas cosas, y Vishnu se encargaba de nuestro equipaje, de contarlo en cada cambio de estación y de asegurarse de que no nos olvidáramos nada; Chhagan cocinaba para Baba; Baidul ayudaba a tomar contacto con los masts; y todos tenían alguna obligación, con excepción de Gustadji, quien no tenía absolutamente obligación alguna. Y esto hacía que su vida fuera muy difícil. Tal vez parezca que su rol era fácil, pero créanme que mantenerse ocupado es mucho más fácil que no te den nada que hacer. ¿Entonces cómo pasaba Gustadji su tiempo y cómo se mantenía ocupado? Recogía trocitos de piolín y diario, y los coleccionaba. Acostumbraba a hacer esto. Se parecía un poco a Katie: nunca se descartaba nada en su presencia, sino que él se lanzaba sobre eso como un halcón y lo guardaba. ¿Y qué hacía con toda esa basura? La juntaba en grandes montones y después la enviaba al pueblo y ganaba a cambio algunas paisas, unas pocas rupias. Y este era el dinero para sus gastos personales. Compraba caramelos, porque le gustaba chuparlos y procuraba mantener una buena provisión, juntando y vendiendo toda esa basura. Pero estaba tan acostumbrado a eso que, incluso cuando viajábamos, Gustadji seguía haciéndolo. Entonces Vishnu no solamente tenía que encargarse de todo nuestro equipaje, sino que tenía que encargarse de todos los paquetes de Gustadji, los cuales eran principalmente basura; trozos de piolín que había sacado de la zanja, diarios viejos y así por el estilo. Los ataba formando grandes bultos y los llevaba con nosotros. De modo que a medida que viajábamos y nos cansábamos cada vez más, Vishnu tenía que encargarse de cada vez más equipaje.
Y, para empezar, Vishnu tenía que encargarse de muchas cosas porque todas las veces que viajábamos con Baba teníamos siempre un montón de equipaje. ¿Por qué era esto? ¿Por qué a Baba le gustaba viajar con montones de equipaje? Quizás ustedes han visto las fotos de cómo, cuando viajábamos en el ómnibus azul, éste estaba sobrecargado. Tenía tantas cosas encima que debíamos tener cuidado cuando manejábamos debajo de algo más bien bajo, pero esa es otra historia. Ustedes saben que, en los primeros años, a los mándalis se los mencionaba como el equipaje espiritual de Baba porque Baba acostumbraba siempre llevar consigo no solamente más equipaje que el necesario sino también muchas más personas que las necesarias. Pero este equipaje tenía una razón de ser. No era que Baba nos ordenara que lleváramos tantas bolsas, sino que éramos nosotros quienes deseábamos tener todo lo que él pudiera necesitar durante sus viajes.
Cuando viajábamos con Baba no teníamos un horario regular, no comíamos regularmente, sino que Baba podría tener hambre de vez en cuando, podría expresar sus deseos de comer o beber algo, y entonces quería que eso estuviera listo. De modo que llevábamos agua potable con nosotros. Yo llevaba siempre un recipiente especial con agua limpia para Baba porque nunca podíamos estar seguros del agua que conseguiríamos cuando viajábamos. Y esta agua la conservábamos en un recipiente de latón, por lo que se calentaba. Ustedes saben cómo es aquí en verano, incluso ahora hace calor durante el día, y por supuesto los trenes carecían de aire acondicionado, y el recipiente se entibiaba con solo tocarlo, y Baba nos decía que deseaba algo para beber, y yo palpaba el recipiente y notaba que estaba tibio y entonces yo quería otra cosa para que Baba bebiera. Y luego, si teníamos suerte, llegábamos a una estación y podíamos conseguir algunos cocos verdes y darle de beber a Baba la leche del coco.
¿Alguna vez han probado eso? Es muy refrescante, delicioso y purísimo, porque no puede contaminarse; el coco la protege sin que nada pueda entrar en él. El hombre que les vende el coco lo agujerea en la parte superior ahí mismo delante de ustedes, y entonces nosotros volcábamos esa agua en un vaso para Baba, o a veces él la bebía directamente del coco.
Pero si Baba quería comida, el problema se tornaba más difícil porque no siempre era posible conseguir comida en las estaciones, y Baba era muy exigente. Le gustaba el arroz con dal sin agregados, y cuando decidía comer, quería la comida de inmediato, de modo que llevábamos con nosotros todos los enseres de cocina, las ollas y lo que fuere, para cocinarle a Baba una comida si era necesario. Aunque no usáramos eso durante un viaje, lo teníamos con nosotros, por las dudas. Y así eran las cosas. Por ese motivo llevábamos tanto equipaje, no porque Baba lo quisiera sino porque quienes estábamos a su servicio queríamos estar preparados para satisfacer cualquier deseo suyo. ¿Después de todo qué significa encargarnos de su comodidad? Significa estar preparado para satisfacer sus deseos, y eso significaba llevar con nosotros frazadas de más en caso de que hiciera frío, llevar ropa de más para Baba, llevar todos los enseres de cocina, y llevar agua y jabón junto con palanganas y toallas en caso de que Baba decidiera lavar los pies de los pobres y leprosos. También teníamos que contar con eso. Si estamos viajando y Baba decide lavar los pies de cinco leprosos, no podemos salir a mendigar jabón, agua, toallas y palanganas. Todo esto tenemos que llevarlo con nosotros.
Y estaba bien que lleváramos todo eso con nosotros. Nos eran útiles para servir a Baba. Permítanme una breve digresión: recuerdo que una vez que viajábamos con Baba se produjo un ciclón que arrasó un puente y nos inmovilizó varias horas. Pero llevábamos té, azúcar y leche; entonces Baba nos dijo que deberíamos tomar un poco de té mientras esperábamos. Y llevábamos naipes, por lo que pudimos pasar el tiempo sin problemas. Pero cuando sacamos nuestra hornallita, ésta tenía –¿cómo lo llaman ustedes?– un tanquecito de kerosene, pero resultó que estaba vacío. No llevábamos más combustible ¿y entonces cómo calentaríamos el agua?
Baba me dijo que fuera a ver al maquinista. Nuestro vagón estaba precisamente detrás de la locomotora, y yo fui a verlo. Ahora bien, en esa época era corriente que muchos maquinistas fueran zoroastrianos. Mi tío era maquinista, y resultó que este maquinista también era zoroastriano, por lo que le hablé en gujarati y me facilitó el agua caliente que él tenía. La sacamos de la caldera del tren. Ustedes saben que los trenes de esa época eran de vapor. Y decir trenes de vapor significa que tienen una enorme caldera llena de agua hirviendo que se convierte en vapor, lo cual impulsa al tren. Entonces él me dio un poco de agua hirviendo y preparamos el té.
Al conversar con el maquinista, yo debí contarle algo sobre mi tío y, de una manera u otra, nos hicimos amigos y nos dio el agua, por lo que Baba me dijo: “Ve a darle un poco de té”. Entonces lo hice y me lo agradeció, y como no tenía nada que hacer fuera de su turno, volvió a nuestro compartimiento y Baba le permitió sentarse con nosotros, y hasta jugar a las cartas con nosotros, lo cual era totalmente insólito. Debió haber pasado horas con nosotros, pero durante todo ese tiempo nunca se fijó en que Baba guardaba silencio.
Pero en Gustadji se dio cuenta de inmediato, sus gestos eran muy obvios; en cambio el rostro de Baba era tan expresivo y elocuente, y sus gestos tan naturales y fáciles de entender que aquel hombre nunca se dio cuenta de que Baba no estaba hablando.
De cualquier manera, para abreviar la anécdota, Gustadji tuvo que ir al baño. Estábamos en una zona boscosa, de modo que Gustadji simplemente se internó en el bosque. Pero fue entonces cuando el maquinista recibe la señal fijada por los ferrocarriles, la vía está despejada y él puede volver a su trabajo. Entonces hace sonar el silbato con fuerza. Ahora bien, para entonces todos éramos muy amigos de él, por lo que fui a la carrera hasta la máquina y le dije:
–Por favor, por favor, Gustadji ha salido. Todavía no pongas el tren en marcha, debemos esperar hasta que él regrese.
Y el maquinista, que había hecho buenas migas con Gustadji, me dijo:
–Caramba, ¿cuándo va a regresar ese tonto?
Y empieza a divertirse de lo lindo con Gustadji haciendo sonar repetidas veces el silbato del tren como si éste fuera a partir de un momento a otro. Y entonces vemos a Gustadji corriendo de regreso del bosque y que el maquinista le grita:
–Apresúrate, tonto, rápido o nos iremos sin ti.
Pero lo que estoy intentando señalar es que estuvo bien que tuviéramos todos nuestros suministros con nosotros, que pudiéramos tomar té, que pudiéramos prepararle a Baba una suerte de tentempié, que nos lleváramos los naipes para pasar el tiempo, etcétera. Transportar todo este equipaje era un dolor de cabeza para nosotros, porque no éramos de esos que contrataban coolíes. Todo lo que llevábamos teníamos que transportarlo sobre nuestras espaldas, y eso lo sabíamos. Entonces siempre queríamos viajar con el menor peso posible, aunque en el momento en el que tomábamos todo lo que se necesitaba terminábamos con montañas de equipaje, pero una y otra vez todo esto probó ser muy útil.
Sin embargo, esto era una tribulación para el pobre Vishnu porque era quien se encargaba de controlar si se había cargado y descargado todo cada vez que subíamos o bajábamos de un tren, y cambiábamos frecuentemente de trenes, porque Baba se desviaba hacia ciertos lugares para tomar contacto con los masts. Esto significaba pasar muchas veces de un tren a otro, bajar de los trenes y tomar ómnibus e ir en carretas tiradas por bueyes, o en lo que fuere. Y era siempre un tiempo de frenética actividad para nosotros porque los trenes no se detenían largo tiempo en esas pequeñas estaciones. En un gran empalme ferroviario el tren podría hacer un alto de media hora, pero en una estación pequeña se detenía como máximo cinco minutos, y por ser tan grande el gentío, era una lucha subir y bajar del tren en ese momento, y encima cuidar el equipaje.
Para que se hagan una idea de cuánto equipaje teníamos, recuerdo un episodio de este preciso viaje del que les estoy hablando. Ocupábamos dos vagones diferentes para una parte de ese equipaje. Habíamos conseguido reservar medio compartimiento para Baba, y había un compartimiento anexo, sin reservar, para cuatro personas, destinado a los mándalis. Cuando el tren se puso en marcha, todos teníamos asignadas nuestras obligaciones. Controlé que Baba estuviera seguro y cómodo en su compartimiento para dos. Entretanto Vishnu controlaba que estuviera todo el equipaje. ¡Y era todo un trabajo! Lo contaba todo de antemano, lo hacía apilar antes de que el tren partiera, y después trabajaba lo más lo rápidamente que podía para que lo apilaran a bordo a tiempo. Entonces volvía a contarlo para asegurarse de que estuviera todo. Y sólo entonces lo volvía a ordenar y a guardarlo debajo de los asientos, etcétera, para que los mándalis estuvieran cómodos.
Bien, como les dije, esta vez teníamos reservado un vagón. Entonces Vishnu puso el equipaje en el compartimiento para dos. Le resultó más fácil porque no tuvo que preocuparse por las otras personas que pugnaban por subir ni por el gentío que bajaba con el equipaje, y puesto que estábamos en una estación pequeña y el tren no se detenía largo rato, Baba le dijo a Vishnu que podía poner el equipaje en el compartimiento para dos. Lo introdujo, lo apiló, consiguió introducirlo en su totalidad y lo contó rápidamente; estaba todo ahí y, aliviado, suspiró profundamente. Todos suspiramos. La crisis había pasado una vez más, Baba estaba seguro a bordo, todo el equipaje estaba dentro, y podíamos distendernos un poco.
Entonces Vishnu regresó para estar con los otros y yo me quedé con Baba en el compartimiento para dos. Pero en la primera parada viene Vishnu corriendo a nuestro compartimiento y nos pregunta si Gustadji está con nosotros. Le decimos:
–No. ¿Él no está contigo?
–No, no podemos encontrarlo en ninguna parte, debemos haberlo dejado atrás –nos dice Vishnu.
¿Qué hacer entonces? Gustadji es un anciano y, no solamente eso, sino que observa silencio. ¿Entonces qué hará si se quedó? No tiene dinero consigo, no puede hablar y no puede explicar nada, y no tiene manera de alcanzarnos. Y esto es un verdadero problema. Baba le dice:
–¿Estás seguro?
Y Vishnu le contesta:
–Baba, él no está con nosotros. Yo esperaba que tal vez estuviera contigo.
–¿Pero dónde puede estar? –Baba le pregunta–. ¿No estaba con nosotros en la estación?
–Sí, pero tal vez se alejó para hacer pis y no regresó a tiempo.
Ustedes saben que ésa era una costumbre de Gustadji. No andaba bien de la vejiga y tenía que orinar seguido, y tardaba un poco en eso. Era lento, y parecía que todas las veces que necesitábamos ir a algún lugar, él siempre se iba a hacer pis. ¿No les conté de aquel día en el que Baba salió un rato de la Nueva Vida para asistir al encuentro de Mahabaleshwar, y cómo algunos extraños ingresaron en el lugar de la reunión porque Vishnu dejó abierto el portal después de que Baba le había dicho que lo cerrara? ¿Y por qué lo había dejado abierto? Porque, como siempre, Gustadji había salido para hacer pis y tardó en regresar. Entonces Vishnu le dijo que quizá Gustadji había salido para orinar.
–¿Pero por qué le permitiste salir así? –le preguntó Baba, y Vishnu replicó que estaba muy ocupado con el equipaje como para poder fijarse dónde estaba Gustadji, y que había supuesto que Gustadji había subido al tren.
Comprendan que todo esto trascendió muy rápidamente porque el tren estaba por ponerse nuevamente en marcha. Entonces Baba le dijo con gestos:
–Regresa, controla todos los vagones, porque tal vez Gustadji se equivocó de vagón al subir; vuelve luego e infórmame.
Entonces Vishnu regresa de prisa a su vagón en el preciso momento en que el tren se pone en marcha, y Baba se vuelve hacia mí preguntándose qué le habría sucedido a Gustadji y qué íbamos a hacer ahora.
Fue entonces cuando oímos que estaban golpeando la pared del compartimiento.
–Debe ser Vishnu que nos quiere indicar algo –dije.
Y llegamos a la conclusión de que esa era la manera con la que Vishnu nos estaba diciendo que, después de todo, Gustadji había aparecido. Porque como no había un pasillo de conexión, no tenía una manera de hacernos llegar un mensaje hasta que el tren se detuviera, y no le era posible correr por fuera y acercarse a nuestro compartimiento. Entonces nos sentimos aliviados porque todo estaba bien. Pero Vishnu siguió golpeando. Cada tantos minutos golpeaba la pared, y yo pensaba: “Sí, te entendemos, sabemos que Gustadji está contigo. No es necesario que sigas golpeando, no somos sordos”. Porque yo pensaba que ese ruido molestaba a Baba. Baba estaba acostado en una de las literas y descansaba, y yo pensé que no había necesidad de que Vishnu siguiera golpeando el tabique cada tantos minutos más o menos. Entonces, cuando llegamos a la siguiente estación y Vishnu apareció corriendo, quedé desconcertado cuando dijo sorpresivamente:
–Baba, Gustadji no está en ninguna parte. Controlé todos los otros compartimientos y no está en el tren.
–¿No está en el tren? ¿Entonces por qué has estado golpeando nuestro compartimiento tan a menudo?
–¿Qué quieres decir? Yo no he estado golpeando en tu compartimiento.
–Entonces quién ha estado…
Y fue entonces cuando escuchamos otra vez ese golpeteo. E investigamos, ¿y qué encontramos? Detrás de todo el equipaje amontonado en nuestro compartimiento estaba la puerta del lavabo, al que Gustadji había ido para hacer pis cuando el tren llegó a la estación sin darse cuenta de que Vishnu había amontonado todo el equipaje delante de esa puerta; entonces el pobre Gustadji se encontró atrapado dentro del lavabo. Estaba observando silencio y le estaba vedado decir algo, por lo que empezó a golpear la puerta para llamar la atención, pero yo no había echado un vistazo porque pensé todo el tiempo que había sido Vishnu quien golpeaba la puerta para hacernos saber que Gustadji estaba con ellos.
Esto es sólo para darles una idea de cuánto equipaje teníamos y de cuán agitado era eso de estar subiendo y bajando del tren. De hecho, en una ocasión, en este mismo viaje del que les estuve hablando, sucede que después de poner todo el equipaje a bordo, Vishnu lo cuenta y descubre que falta una bolsa. En medio de todo el ajetreo de subir al tren a tiempo la dejó de alguna manera en el andén. Pero ya habíamos salido de la estación. Era demasiado tarde para regresar y conseguirla.
Baba se enojó muchísimo con Vishnu por esto, lo cual era demasiado para que Vishnu lo soportara. Se empeñaba tanto en complacer a Baba y ahora sucedía esto, Baba le expresaba su desagrado y Vishnu, incapaz de soportarlo, se da vuelta y empieza a despotricar contra Gustadji.
–Todo esto es por culpa de él, Baba –le dice Vishnu–. Es bastante difícil controlar todo el equipaje, pero la mayor parte de éste es su basura que estamos acarreando con nosotros. ¿Cómo puedo rastrear nuestras bolsas cuando todos los días él hace un nuevo fardo de basura e insiste que lo llevemos con nosotros? Esto ya es demasiado, Baba.
Y diciendo esto, Vishnu recoge uno de los fardos de basura de Gustadji y se dispone a tirarlo por la ventanilla. Pero Gustadji lo agarra y lo sostiene de tal modo que Vishnu no lo puede arrojar y ambos tironean del fardo de un lado al otro en una suerte de tira y afloja; por supuesto, Gustadji no puede decir nada, pero tiene la cara colorada y se aferra a su fardo por todo lo que vale para él, mientras Vishnu despotrica enfurecido, y, ¡presten atención!, todo esto delante mismo de Baba, quien finalmente bate palmas y hace que los dos se sienten.
Ahora bien, esto parece divertido, pero ambos estaban muy serios en ese momento. Pero no es esto lo que yo quería contarles. Todo esto ha sido solamente un antecedente para darles una idea de cómo eran nuestros viajes y de cómo se suscitaban las tensiones; los pequeños enojos nos ponían nerviosos y, de repente explotábamos. Como siempre, era Baba quien nos hacía entrar en razón y nos ayudaba a recuperar nuestro equilibrio. Y es aquí donde realmente comienza mi anécdota. Pues una de las maneras con las que Baba nos ayudaba a calmarnos consistía en anticiparnos, como una zanahoria balanceándose ante un buey mudo, la idea de que una vez que finalmente llegáramos a Calcuta nos alojaríamos en un lindo hotel, descansaríamos mucho, comeríamos bien y, en general, estaríamos distendidos y lo disfrutaríamos.
Entonces, cuando empezábamos a encolerizarnos, o refunfuñábamos por nuestro viaje o lo que fuere, Baba nos distraía llamándonos la atención sobre el maravilloso hospedaje que tendríamos una vez llegados a Calcuta. Y entonces nosotros empezábamos a esperar eso con ansias. Eso era lógico. Estábamos exhaustos, nunca dormíamos adecuadamente, comíamos de vez en cuando, si es que comíamos, e incluso ni siquiera era una verdadera comida, y Baba no tardaba mucho en engatusarnos describiéndonos cómo pasaríamos el tiempo en algún hotel, en un lugar tranquilo, en el que podríamos descansar y tener una buena comida muy atractiva para nosotros.
Y finalmente llegamos a Calcuta. Ya habíamos estado allí y nos habíamos alojado en un lindo hotel en un lugar tranquilo, de modo que fuimos allá. No era un sitio de lujo ni un hotel de cinco estrellas, tal vez ustedes lo llamen de una sola estrella, pero nos gustaba. Comimos bien y a la noche nos acostamos. Ahora bien, cuando viajábamos con Baba, procurábamos conseguir tres habitaciones. Baba se alojaba en la del medio, y las otras dos habitaciones quedaban vacías. Esto se debía a que a Baba no le gustaban los alborotos durante la noche, y el ruido de las personas que dormían en la habitación de al lado era demasiado para él. Entonces conseguíamos una habitación para Baba, una para los mándalis y después procurábamos asegurarnos de conseguir una habitación vacía del otro lado de la de Baba. Ahora bien, dentro de lo posible Baba no quería que pagáramos esto. Nosotros nos limitábamos a preguntar al gerente si tenía una habitación desocupada y entonces tratábamos de conseguir las dos habitaciones contiguas.
Y lo hicimos, fuimos capaces de hacerlo. Aunque era una temporada de mucho movimiento, pudimos conseguirle a Baba tres habitaciones seguidas y todos estábamos contentos. Yo desempaqué la ropa de cama de Baba, se la tendí, y Baba se acostó para descansar. Yo estaba sentado en la habitación con Él, y los mándalis desempacaron su ropa de cama y durmieron en el corredor.
Ya debían ser alrededor de las diez de la noche y todos estábamos muy contentos porque al final nuestro viaje había terminado. Pero de lo que no nos habíamos dado cuenta era que la gente come muy tarde en hoteles como éste. Las personas también beben y hay camareros que empujan de un lado al otro, por las salas, sus carritos con comida y bebidas para llevárselas.
–¿Qué es ese ruido? –preguntó Baba, porque los carritos hacían mucho ruido, ustedes saben cómo resuenan, y la vajilla y los platos se sacuden y vibran.
Entonces me asomé, vi de qué se trataba y volví para informárselo a Baba:
–Son solamente unos carritos que están llevando comida a varias personas.
–No sirve, es demasiado ruidoso, tendremos que irnos –dijo Baba gesticulando.
–Baba, son las diez pasadas. Pronto la gente se irá a la cama y el ruido cesará. Esperemos un ratito y todo se calmará.
Le dije esto con la esperanza de que fuera verdad, pero para ser sincero debo admitir que yo tampoco quería tener que empacar todas las cosas otra vez. Baba estuvo de acuerdo, pero casi de inmediato rodó otro carrito junto a nuestra puerta; entonces Baba se incorporó y dijo que eso no estaba bien y que tendríamos que irnos.
Entonces le dije:
–Quédate aquí y saldré a encontrar otro hotel para nosotros –porque pensé que, si este hotel era bullicioso, sería mejor que Baba esperara cómodamente dentro, en lugar de tomar un rickshaw y atravesar las calles de Calcuta mientras yo buscaba otro hotel.
Y yo salí, y más o menos una hora después encontré otro hotel. Uno que incluso era mejor, en un lindo lugar, y nuevamente tenían tres habitaciones contiguas que estaban desocupadas. Entonces regresé y empaqué la ropa de cama de Baba, y los mándalis empacaron la de ellos, y ayudamos al pobre Vishnu a acarrear todas las bolsas, y todos bajamos por la escalera para irnos al siguiente hotel. Pero Baba nos dijo con un gesto: “Que nos devuelvan el dinero”. Entonces fui a ver al gerente y le exigí que me lo devolviera. Le dije que el hotel era demasiado ruidoso, que no podíamos quedarnos allí y que queríamos que nos devolviera el dinero.
Por supuesto, no quiso darnos nuestro dinero. Dijo que no alquilaba sus habitaciones por hora, que habíamos tomado dos habitaciones y debíamos pagar por las dos. Después de todo, habían venido otros clientes a los que había tenido que despedir, y que, si lo hubiera sabido, les habría alquilado las habitaciones a ellos, por lo que había perdido plata por nuestra causa. Y yo le dije que, si hubieran venido otros clientes, él les podría haber alquilado la habitación contigua a la nuestra porque estaba desocupada, de modo que, para abreviar esto, regateamos y regateamos hasta que, finalmente, pagamos una tarifa reducida por las pocas horas que habíamos estado ahí, y después nos fuimos al nuevo hotel.
Llegamos allá y tuvimos que desempacar otra vez las cosas de Baba y ponerlo cómodo. Ni bien Baba se acuesta hay un ruido sordo. Baba se incorpora y me mira. Un minuto o dos después, hay otro ruido fuerte que retumba y resuena en el aire. ¿Y qué creen ustedes que era? Resultó que al lado del hotel había una herrería y el herrero estaba golpeando algo en el yunque. Se lo conté a Baba, y él me dijo:
–¿Esta es una hora para estar trabajando? Vayámonos a otro hotel.
–Espera, Baba. Déjame hablar con el herrero –le dije, y salí. No recuerdo lo que le dije. Creo que esta fue una ocasión en la que perdí la paciencia. Me enfurecí con el hombre, le pregunté qué estaba haciendo para causar tanto ruido a esa hora de la noche, etcétera, etcétera. El hombre me dijo que lo lamentaba, pero tenía que hacer un trabajo y quería terminarlo mientras aún tenía encendido el fuego. Después de todo, era un hombre pobre y no se podía dar el lujo de irse a acostar todas las veces que quería hacerlo, sino que tenía que hacer el trabajo cuando sus clientes se lo pedían.
–Pero aquí no hay ningún cliente –le dije–. El trabajo puede esperar hasta mañana. Usted encenderá nuevamente el fuego y entonces podrá continuar el trabajo.
Y así siguió la cosa de una y otra parte, hasta que finalmente me dijo:
–Deme cinco minutos más, deme solamente cinco minutos más y le prometo que pararé.
Entonces volví para ver a Baba y recuerdo que, incluso cuando caminaba de regreso y estaba entrando en la habitación de Baba, todavía yo podía oír al herrero trabajando.
–Baba, él ya se irá muy pronto. Ya casi termina, y luego no habrá más ruido. Y pocos minutos después se fue y hubo silencio.
¡Por fin!, pensé. Pero pocos minutos después hubo un ruido en la habitación desocupada, contigua a la nuestra.
Baba volvió a incorporarse, dando muestras de estar muy disgustado.
–¿Qué es esto? –gesticuló– Creí que habías conseguido que esta habitación estuviera desocupada.
–Debe haber algún error –le dije. Entonces fui a ver al gerente y le dije–: ¿Qué es esto? Usted alojó gente en la habitación contigua a la nuestra.
–Sí –me contestó– ¿Qué otra cosa puedo hacer? Esta es una temporada de mucha actividad y no puedo darme el lujo de rechazar a mis clientes. Y ustedes no están pagando por esa habitación.
–Sí, pero yo le dije cuando comprometí las dos habitaciones que, si llegaba alguien y quería la habitación, despidiera a esa gente y que entonces nosotros le pagaríamos por esa habitación.
Desde luego, Baba no quería que derrocháramos el dinero. Entonces nos encargaba que tratáramos de pagar solamente por dos habitaciones. Pero esto nos ponía nerviosos porque sabíamos que no le agradaba que la otra habitación estuviera ocupada, de modo que lo que hice fue convenir con el gerente que le pagaríamos por las dos habitaciones pero que, si llegaba alguien, en vez de que él le alquilara la habitación, entonces le pagaríamos por ella. Pero el gerente no había hecho esto. Aparentemente no estaba seguro de que fuéramos a pagar, aunque yo le había dicho que sí. Así que tan pronto llegó una pareja y le dio el dinero por ese lugar, él había llevado a ambos a esa habitación. Después de todo, él imaginó esto: “Ellos no están usando la habitación”. Y tal vez pensó que incluso podría cobrar dos veces por esa habitación, una vez a la pareja, y la otra vez a nosotros. Entonces hubo nuevamente una gran discusión. Y yo volví a subir por la escalera para ver a Baba y decirle lo que había sucedido, y le conté que estaba seguro de que el gerente sacaría de allí a esa pareja.
–No –me dijo Baba–. Ya perdí mi humor, esto no está bien, mudémonos otra vez, y rápido; aquí no estoy contento.
Entonces tuvimos que empacar nuevamente. A esta altura ya era más de medianoche. Sería la una o las dos de la mañana y todavía no habíamos dormido, Baba no estaba de buen talante y nos instaba a apresurarnos, y yo estaba tratando de atar rápidamente la ropa de cama de Baba, y es entonces cuando Gustadji se me acerca y empieza a decirme algo con ademanes.
Aparentemente se le había enredado el cordón de su zapato debajo de la cama y quería que yo se lo desenredara. Pero yo estaba tan preocupado atando la ropa de cama de Baba que no pude prestar atención a los gestos de Gustadji porque para ver lo que me estaba diciendo yo tenía que mirarle realmente las manos, y si hacía eso, entonces no podía ver para empacar las cosas de Baba; eso me desbordaba y le dije:
–Ya es bastante pesado tener que atender a una persona muda, no puedo con dos –Yo estaba completamente exasperado y lo único que hice fue barbotar esto. Lo que no sabía era que Baba estaba parado precisamente detrás de mí en ese momento.
Pero lo que en seguida supe fue que Baba me agarró una oreja y me la retorció diciendo:
–¿A quién llamas mudo? Yo no soy mudo, yo guardo silencio.
Me sentí muy avergonzado.
–Sí, Baba –le dije–. Lo lamento –y me disculpé. Ahora me puedo reír de eso, pero fue realmente un episodio humillante en esa época. Pobre Gustadji, parecía que él siempre soportaba la mayor parte de nuestro malhumor. ¿Pero qué podía hacer él? Le era muy difícil estar en silencio. Y también era mucho mayor que el resto de nosotros y por eso necesitaba que lo ayudáramos. Si hubiéramos estado más descansados, si hubiéramos tenido el tiempo, nos hubiéramos dado cuenta de esto y no habríamos actuado de esa manera. Pero eso es lo que estoy tratando de compartir con ustedes; estoy tratando de darles una idea de a qué se parecían nuestros viajes. Aquello era muy turbulento y teníamos los nervios de punta. Y una vez más tuvimos que empacar todo, y una vez más Baba nos dijo que no pagáramos toda la suma, y tuve que regatear con el gerente para que me devolviera un poco de dinero.
Pero todavía estaba por llegar la parte más vergonzosa y humillante. Cuando cargábamos todo nuestro equipaje en un carruaje tirado por caballos, el herrero nos vio, se presentó ante mí y me dijo:
–¡Yo pensé que su hermano mayor estaba enfermo! Usted hizo detener mi trabajo, ¿y ahora se están yendo?
Y nuevamente tuve que decirle algo para apaciguarlo. Tuve que disculparme e inventar una historia; y todo este tiempo Baba me apuraba, y entonces tuvimos que irnos a otro hotel.
Ya es casi de mañana cuando encontramos uno, y nuevamente desempacamos todo, yo aliso la ropa de cama de Baba, lo pongo cómodo y, al final, nos dormimos. Estamos tan cansados y exhaustos que dormimos de más, y nos despertamos con la luz del día. Baba también duerme de más, y aún sigue durmiendo. Los mándalis están sentados y en silencio para no molestar a Baba, quien se incorpora y me dice con gestos:
–¿Qué hora es?
–La diez en punto, Baba –le digo, y Baba parece contrariado.
–¿Por qué dormimos de más de esta manera? –me preguntó.
Y le dije:
–Baba, todos estábamos exhaustos.
Baba se sentó en su cama y su aspecto era aún muy solemne, no estaba de buen humor, y me preguntó:
–¿Ya tomaste tu té y desayunaste?
–No, Baba, nadie comió nada todavía.
Y entonces él me dijo:
–Ustedes son afortunados porque no han comido nada.
Y entonces su estado de ánimo pareció alegrarse. Pero realmente se hubiera enojado con nosotros si hubiéramos comido algo sin esperarlo. Fue para nosotros una suerte que por lo menos esta vez tuviéramos la sensatez de esperarlo. Entonces no puedo decir que eso fue amor u obediencia. Llámenlo como quieran: era simplemente nuestra vida con el Amado, danzando con su melodía.