Ustedes me han oído hablar muchas veces sobre Baidul y su peculiar curiosidad. Nosotros la llamaremos así; algunos podrían llamarla de otra manera, y decir que Baidul simplemente no podía abstenerse de meter su nariz en los asuntos de todos los demás. Pero Baba empleaba bien esta debilidad de Baidul y la convertía en fortaleza. Vean cómo Baba utiliza nuestras características, nuestra personalidad. Si un camión entregaba provisiones a Meherazad, a los pocos minutos Baidul averiguaba todo sobre el chofer, no sólo sobre él sino también sobre su familia. Y esto demostraba que era muy útil para Baba porque era lo que precisamente se necesitaba para salir a buscar masts.
Baidul era el rey de los masts, ¿pero por qué recibió este título? ¿Porque tenía alguna afinidad mística o algún poder oculto especial para encontrar masts? No, era por su peculiar curiosidad y por el hecho de que estuviera todo el tiempo haciéndoles preguntas a todos. Baidul salía y no tenía vergüenza de acercarse a alguien y preguntarle cualquier cosa. Nosotros no éramos así. Podía haber alguna reticencia de nuestra parte, especialmente si la otra persona era mayor, o era santa y merecía respeto. En este sentido Baidul era una persona sin estas consideraciones. Las convenciones sociales no le importaban demasiado. Era muy directo y franco.
Pero esto era el resultado de que estaba convencido de que Meher Baba era el Emperador. Puesto que Baba era el Emperador, y Baidul estaba cumpliendo las órdenes de Baba, ¿por qué debía preocuparse por el otro o importarle el otro? Esta era la actitud de Baidul y lo que le permitía no tener escrúpulos en ordenarles a los masts que salieran en medio de la noche porque Baba quería verlos. ¿Ustedes conocen esa historia, no es cierto, sobre la época en la que estábamos viajando y Baba quería tomar contacto con un mast ya bien avanzada la noche? Creo que fue publicada en alguna parte. De cualquier manera, Baba empleaba bien esta actitud de Baidul en muchísimas ocasiones.
Ya les conté sobre la peculiar curiosidad de Baidul y su caza de masts. Lo que hoy quiero hacerles entender bien es que Baidul también podía ser una persona muy imponente cuando se lo proponía. Era un hombre corpulento y su comportamiento y modales eran regios. Era un personaje verdaderamente imponente. Podía vestir ropas harapientas y sus modales podían ser demasiado directos, pero tenía alrededor de sí un aura, una dignidad innata.
Y encima de todo esto, Baidul era un hombre sencillo. No quiero decir de escaso entendimiento o algo por el estilo; quiero decir que no era engreído. Tal vez me hayan oído referirme a su poesía, a cómo Baba lo felicitaba por algo que había escrito y cómo desde entonces se le metió en la cabeza que era un gran poeta. Así es como se lo denominó “Aga Baidul”. Pero esa es otra historia. Se las contaré después, si ustedes quieren.
Un día Baidul compró un libro de medicina. Era uno de esos libros que venden en la calle. Ustedes deben haber visto a esas personas que se sientan en la acera con los libros desparramados frente a ellas, libros que tratan sobre cómo curar todas las enfermedades conocidas, cómo vivir centenares de años y cómo asegurarse de tener solamente hijos varones; en fin, libros de esa clase. Cuestan solamente unas pocas rupias, y hasta sólo unas pocas annas. De algún modo y en algún lugar, Baidul consiguió este libro en urdu sobre cómo fabricar la propia medicina para curar cualquier cosa y todas las cosas, lo leyó de cabo a rabo y empezó a ponerlo en práctica.
Por supuesto, al resto de nosotros no nos importaba. Estábamos acostumbrados a esos médicos estrafalarios. Aparentemente en otros tiempos teníamos muchos mándalis que practicaban sus propias versiones de la homeopatía, la naturopatía, la bioquímica, esto y aquello. A nosotros no nos importaba. ¿Qué mal hacía eso? Y los hacía sentir bien y que estaban ayudando a los demás. Y Baba hasta alentaba a esos médicos atolondrados. Durante los primeros años, si alguien era picado por un escorpión, Baba les decía que fueran a ver a Homi, el hermano mayor de Gustadji, quien supuestamente conocía un mantra que contrarrestaría eficazmente el dolor. Nunca pareció contrarrestarlo, pero al menos Homi se sentía feliz.
Fue entonces cuando Baidul empezó a practicar su propia versión de la medicina. Como les dije, a nosotros no nos importaba, pero eso no era enteramente cierto. Estaban aquellos a los que les importaba, y esos eran los médicos verdaderos: Nilu y Donkin. Ellos solían enfurecerse cada vez que se enteraban de que Baidul intentaba curar a alguien con su estrafalaria medicina. Y tenían razón. Baba los hacía responsables de procurar que todos los mándalis estuvieran bien de salud. Y ellos asumían muy seriamente sus obligaciones. Tal vez ustedes se enteraron de que, en 1969, Donkin se encargó de que estuvieran sanos los occidentales que asistieron al gran darshan de Pune. Él inspeccionaba personalmente las cocinas de los hoteles en los que los occidentales se alojarían, para asegurarse de que se adoptarán los procedimientos sanitarios adecuados. Don tomaba tan en serio esta obligación que él mismo limpiaba los excusados de los hoteles para asegurarse de que eso se hiciera como correspondía. Así era Don. Quienes venían aquí creían que Don era un sirviente, sin darse cuenta nunca que era uno de los más íntimos de Baba, un caballero británico y cirujano ortopédico. Él era así. Nunca se daba importancia y estaba siempre en segundo plano encargándose personalmente de todo. ¡Don era una joya! ¡Qué mala suerte que ustedes no lo hayan conocido! De este modo hubieran sabido cómo era su verdadero servicio.
Pero volvamos a nuestra historia: Don y Nilu tomaban muy en serio sus obligaciones y no los divertía ni apreciaban los esfuerzos que Baidul hacía para administrar su peculiar medicina. Ahora bien, estábamos en Satara, y esto fue probablemente en la década del cuarenta. No recuerdo nada más. Y Baidul estaba con nosotros. Entonces, todas las veces que Baidul estaba con nosotros y no andaba en busca de masts, Baba le asignaba la obligación de estar de guardia. En Satara vivíamos en una propiedad encantadora, cuya dueña era una dama de la aristocracia parsi. Era una finca enorme, con un gran chalet, jardines y una casa de huéspedes a cierta distancia dentro de la propiedad, y ella nos alquiló la casa de huéspedes. Allí es donde Baba y las mujeres se alojaron. Se llamaba Grafton. Los mándalis varones se alojaban en Rosewood, a poco más de trescientos cincuenta metros de distancia.
Y Baidul se sentaba en el portal de la propiedad, junto al camino, vigilando para que nadie entrara y molestara a Baba. Pero ustedes conocen el carácter de Baidul. Si pasaban algunas personas cerca, Baidul las llamaba y les preguntaba quiénes eran, adónde iban, cuánto tiempo hacía que vivían allí, cuántos eran de familia, etcétera, etcétera. En aquella época la población de Satara era escasa, yo debería decir que muy escasa, por lo que no pasaban muchos vehículos por el camino. Pasaría alguien solamente de vez en cuando, pero aun así, ese era un trabajo perfecto para Baidul. Otro se habría aburrido, pero la perspectiva de ver gente nueva y conversar con ella era lo que siempre atraía a Baidul, de modo que no le importaba. Estaba sentado ahí durante horas montando guardia.
Y cuando alguien pasaba cerca y se detenía para contestar las preguntas de Baidul, éste indagaba:
–¿Por qué está respirando con dificultad? ¿Está resfriado? –O bien–: ¿Por qué está ronco? ¿Cuánto tiempo hace que está así? –Y de esa manera, por los síntomas de esa persona le recetaba algún tratamiento.
Y sucedió que aquella dama de la aristocracia, que era dueña de la finca, todos los días salía a dar un paseo y Baidul le decía a los gritos:
–Buen día –en gujarati.
Y ella le contestaba cortésmente:
–Buen día –devolviéndole el saludo.
Debido a que esta mujer era una dama, una aristócrata, la ropa que vestía era la correspondiente a ese nivel social. Sus vestidos le cubrían escasamente la espalda, y Baidul se fijó en que tenía una descamación en esa zona.
Si otra persona lo hubiera notado, sin duda habría guardado silencio y fingido que no lo había visto, pero eso era pedirle demasiado a Baidul. Como les dije, su carácter era distinto. Entonces un día llamó en voz alta a esta mujer:
–Poseo una cura para lo que usted tiene en su espalda. –No sé cómo llamar a eso, no era un eczema, sino la piel que se endurecía y se cubría con una especie de costra escamosa, como la corteza de un árbol, y se descamaba. Eso se llama de alguna forma, pero no se me ocurre. De cualquier manera, Baidul le gritó que podría curarla.
–¿Usted es médico? –preguntó la dama.
–No, no exactamente –replicó Baidul–, pero tengo la cura para lo suyo.
–He consultado a muchos médicos y especialistas, pero ninguno de ellos puede curarme. ¿Qué lo hace sentirse tan seguro de que podrá? –Y hete aquí que ella no se ofendió por la presuntuosidad de Baidul al mencionarle su dolencia. Había estado sufriendo durante largo tiempo, y entonces, cuando él le dijo que podía curarla, se interesó muchísimo.
–Eso puede ser así –Baidul estuvo de acuerdo–, pero no obstante ello, poseo algo que estoy seguro de que la curará. Sin embargo, ¿qué daño podrá hacerle? Tómelo simplemente en nombre de Meher Baba y mejorará.
Por supuesto, la dama había oído hablar de Baba porque le estaba alquilando la propiedad. Y, como les dije, a pesar de toda su tosquedad, de sus ropas harapientas y de todo eso, Baidul tenía un cierto porte, de modo que la dama estuvo de acuerdo en probar su medicina. No sé qué era. Se trataba de una especie de píldora que él había preparado. Él acostumbraba a llevar por ahí consigo algunas botellitas que contenían píldoras, y todas las veces que encontraba a una persona que sufría de algo, solía decirle “Baba” e introducirle una píldora en la garganta.
Entonces Baidul le dio un poco de ese medicamento y le dijo que repitiera el nombre de Baba y se curaría. Ella salía todos los días de paseo y todos los días lo veía a Baidul.
–¿Qué tal? –le preguntaba Baidul–, ¿No está sintiendo algún alivio todavía? Ya debe estar sintiendo algún alivio. ¿No se está sintiendo un poquito mejor? –Baidul actuaba de esta manera con todos sus pacientes: con un tratamiento psicológico, diciéndoles que estaban mejorando claramente, y todos los días Baidul les recetaba un medicamento u otro, y repitiendo el nombre de Baba, les daba las píldoras. Esto sucedió hasta tal punto con los mándalis, que todas las veces que Baidul nos preguntaba si nos sentíamos mejor, temiendo que nos diera más de su medicina si le decíamos que no, le contestábamos:
–Sí, Baidul, mucho mejor.
Pero en el caso de esta dama, ¡ella sí se mejoró después de unos días! Estaba tan contenta y feliz porque, al final, después de todo ese tiempo, estaba curada, que le preguntó a Baidul si había algo que ella pudiera hacer por él.
Baidul le dijo que no y que simplemente estaba contento por haber sido capaz de ayudarla.
–Pero, de verdad, usted debe permitirme que yo le dé algo –insistió la dama. Ahora bien, esta era una mujer muy rica; Baidul podía haberle pedido algo costoso, miren cómo era Baidul que no se le ocurrió hacerlo. Después de todo, ¿de qué le servía tener cualquier cosa de esas viviendo con Baba?
Tal vez se enteraron de la época en la que a Baidul le regalaron una cámara fotográfica. Uno de los amantes de Baba quería tomar algunas fotos de los masts para tener un registro. Entonces, naturalmente, puesto que Baidul era el rey de los masts, le dieron una cámara para que pudiera sacar fotos. No era una de esas cámaras de lujo que todos ustedes tienen, con lentes gigantescos y fotómetros fantásticos; era simplemente una vieja cámara de cajón, una Brownie que Nariman, Meherji o alguien le dio a Baidul para que pudiera sacar algunas fotos de los masts.
Entonces recuerdo que un día viajábamos en auto y Baidul había colgado la correa de su cámara de un ganchito que había allí, cerca de la ventanilla. Mientras viajábamos, la cámara se golpeaba contra un lado del auto y hacía ruido. Baba se dio vuelta y dijo con un ademán:
–¿Qué es ese ruido?
–Es solamente la cámara, Baba –le contestó Baidul.
–¿De quién es esa cámara? –Baba quiso saberlo y Baidul le explicó todo.
Aparentemente eso no le gustó a Baba.
–¿Quién va a pagar las fotos? –le preguntó Baba.
–Baba, ya tengo un carrete de fotos dentro de la cámara.
–¿Pero quién va a pagar el revelado de las fotos? –Y Baba siguió así hasta que le ordenó–: Tírala. –Entonces Baidul bajó el vidrio de la ventanilla y arrojó la cámara afuera con el auto en marcha. Baidul ni siquiera tomó una sola foto con ella.
Pero les repito, vean cómo era Baidul. Obedeció de inmediato y tiró la cámara sin discutir con Baba ni tratar de convencerlo de que sería útil. Baba le dijo que se deshiciera de ella, y Baidul bajó inmediatamente la ventanilla y la tiró. Ahí estaba la gran fortaleza de Baidul; era un personaje, no hay duda de ello, pero su amor por Baba era algo digno de admiración.
De modo que, cuando esta dama rica y aristocrática le ofreció a Baidul darle algo como muestra de su gratitud por haberla curado, Baidul le dijo que no quería nada.
–Pero si verdaderamente usted insiste en darme algo –agregó al ver que ella estaba decidida a compensarlo de alguna manera por su ayuda–, deme simplemente un certificado que testimonie el hecho de que mi medicina curó su estado.
–Absolutamente, claro que lo haré –replicó la dama y, por supuesto, hizo escribir un pequeño certificado con su membrete en el que declaraba que, debido al tratamiento del doctor Baidul, se había curado enteramente su afección de la piel que ningún otro médico había podido curar.
Baidul se regocijó con su certificado y de inmediato no perdió tiempo en mostrarlo a los mándalis, especialmente a Nilu y Donkin. Ellos siempre lo habían tenido a mal traer porque practicaba la medicina y él ahora tenía la oportunidad de desquitarse con los dos doctores. Y pueden ustedes imaginar que, teniendo en cuenta el modo de ser de Baidul, él no hizo esto con mucha sutileza.
Donkin y Nilu se pusieron furiosos. Su temor era que algún día pudiera sucederle algo a uno de los pacientes de Baidul y que todo recayera en Baba. Entonces cuando descubrieron que Baidul había estado tratando a la señora cuya propiedad estábamos alquilando, armaron un escándalo. Finalmente la noticia de todo esto llegó a oídos de Baba, quien estuvo de acuerdo con Donkin y Nilu, y le ordenó a Baidul que inmediatamente dejara de practicar la medicina.
Y ahora vean con qué inteligencia Baba ideaba las cosas. Si simplemente le hubiera ordenado a Baidul que dejara de practicar la medicina, habría complacido a los doctores Nilu y Donkin, pero habría herido a Baidul. Entonces lo que Baba hizo fue decirle a Baidul que no estaba autorizado a salir de la propiedad para tratar a persona alguna, pero que podría tratar a cualquiera que viniera a verlo. Esto puso contentos a todos.
Donkin y Nilu sabían que, al menos en el futuro, ningún extraño podría ser perjudicado por los tratamientos de Baidul, y Baidul todavía tenía un ámbito para practicar con cualquiera de los mándalis que quisieran someterse a sus servicios, y así se estableció una suerte de armonía. Pero, y es aquí donde entra la belleza de la orden de Baba, después de curar a la dama de la aristocracia, se difundió la noticia de la proeza realizada por Baidul, y pronto los aldeanos venían por su cuenta para que Baidul los tratara. Esto se hallaba enteramente dentro del ámbito que se le permitía, pues los aldeanos venían a ver a Baidul y no era él quien salía a tratar a persona alguna.
Entonces, aunque las órdenes de Baba parecían haber impedido que Baidul continuara su práctica, de hecho ésta aumentó más que nunca. Nilu y Donkin no estaban al tanto de esto, pero ahora Baidul tenía una actividad en crecimiento, por así decirlo, tratando a todos los que venían a verlo con su peculiar modo de medicar.
Un día, estando Baidul de guardia, vino a verlo un peón y le preguntó dónde podía encontrar el hombre responsable de haber curado a la señora fulana-de-tal. Baidul le dijo que él era ese hombre, y el peón le preguntó si iría a ver al director del Hospital del Gobierno. Con el permiso de Baba, Baidul fue a ver a ese médico, quien lo saludó muy cordialmente.
–¿Usted es el que trató a la señora fulana-de-tal?
–Sí –lo admitió Baidul.
–¿Pero cómo lo hizo? Yo la vi muchas veces y le digo que su caso no tenía remedio.
–Eso puede ser, pero yo tengo mi propia medicina, repito el nombre de Baba y tengo éxito.
–¿Usted ha tratado también a otras personas?
–¡Oh, sí, he tratado a centenares de personas!
–¿Querría usted venir a mi hospital y efectuar conmigo las recorridas?
Vean, en el pueblo había un hospital lleno de casos crónicos. Pueden decir que era adonde iban a parar todos los que no tenían cura. Y el médico en jefe no había podido hacer nada por esas personas, y lo sabía. Entonces pensó que Baidul tal vez podría ayudar. Baidul le dijo que primeramente tendría que pedirle permiso a Baba.
Baidul le preguntó a Baba, y puesto que quien lo sugería era el médico en jefe, quien había acudido a Baidul y le había pedido que efectuara con él las recorridas, Baba le dio su permiso. Por supuesto, lo único que esto hizo fue que Nilu y Donkin se indignaran más al enterarse de eso, pero no podían decir nada porque Baba le había dicho a Baidul que lo hiciera.
Entonces Baidul y el médico en jefe efectuaban las recorridas en el Hospital del Gobierno. Baidul tenía puesto su saco negro habitual, con los bolsillos llenos con sus propias píldoras especiales, y ellos caminaban de una cama a la otra.
–Este es un médico especial de Irán que gentilmente ha consentido en asistirme –decía el médico en jefe cuando presentaba a Baidul a los pacientes. Y el comportamiento de Baidul era tal, esto es lo que estoy tratando de hacerles entender, que todos lo aceptaban. La ropa de él podía haber estado harapienta, pero se comportaba con tal dignidad que nadie objetaba que estuviera ahí. Baidul le hacía al paciente unas pocas preguntas, metía la mano en uno de sus cuatro bolsillos, sacaba una píldora, repetía el nombre de Baba, y la introducía en la garganta del paciente. Y ustedes no lo creerán, pero él efectuaba una cura tras otra. Pueden decir que él vació el hospital.
Entonces, un lindo día, no era de noche, lo recuerdo porque era el cumpleaños de Pendu, serían las siete y media de la noche y estábamos todos sentados en rueda en la habitación, estaban allí Gustadji, Pendu, Donkin, Nilu y Murli Kale, según recuerdo. Estábamos todos allí recordando el cumpleaños de Pendu y refunfuñando porque no había golosinas ni platos especiales, y no podíamos celebrarlo como era debido, cuando golpearon la puerta. Un sirviente totalmente vestido con librea estaba ahí sosteniendo con sus manos una bandeja que tenía una especie de regalo posado en ella.
–¿Está aquí el doctor? –preguntó–. Tengo para él un regalo del médico en jefe.
Lógicamente, el que se levantó fue Nilu y se acercó al sirviente, quien le dijo:
–No, usted no. ¿Hay otro doctor aquí? –preguntó. Entonces se levantó Donkin, pero el sirviente volvió a contestarle–: No señor, usted no.
–¿Entonces a quién busca? –le preguntó Don. El sirviente echó un vistazo en la habitación y luego ubicó a Baidul que estaba ahí sentado, y dijo:
–Ahí, ahí está el doctor que yo busco. –Y se acercó a Baidul para darle el regalo.
Esto fue el colmo para Nilu y Donkin y, por así decirlo, fue Baidul quien rió último.