Muchas veces la gente nos pregunta: “¿Cómo era eso de vivir con Meher Baba? ¿Cómo era vivir con Dios?”. Muchas veces he tratado de contestar esta pregunta, pero descubrí que no es posible hacerlo. No hay manera de que yo les pueda hacer comprender cabalmente cómo es estar en presencia de Baba. Cualquier cosa que yo diga serán solamente palabras. Estar con Baba era realmente una experiencia arrolladora. En Su presencia, uno sentía Su autoridad. No en un algún sentido místico sino de una manera natural.
Y con frecuencia Baba declaraba a las multitudes que se congregaban alrededor de Él: “Yo soy el Antiguo, el mismo Antiguo que vino una vez más para estar en medio de ustedes y darles Mi eterno mensaje de Amor y Verdad”. Y mi deber consistía en pronunciar con autoridad estas palabras. En aquella época yo tenía voz, no este aflautado instrumento que ustedes oyen ahora, y decía en alta voz: –Meher Baba dice: “Yo soy el Antiguo,” y la gente lo aceptaba.
Creo que ya les conté de cuando Baba declaró que él era el Avatar y que había venido para acabar con todos los ritos y ceremonias, a un auditorio predominantemente compuesto por brahmanes ortodoxos. ¡Qué nervioso estaba yo sobre cómo reaccionarían, porque estábamos completamente rodeados por la gente! No había modo de escapar. Yo era quien tenía que rematar diciendo esas palabras con una autoridad propia de la jerarquía de Baba, pero mi mente pensaba: “¿Qué sucederá cuando yo diga esto? Causará un disturbio, ¿y entonces qué le sucederá a Baba?”.
Vean, Baba era siempre nuestra preocupación. No por lo que la gente pudiera pensar sino por el cuerpo físico de Baba. Y si se iniciaba algún disturbio, yo sabía que no había manera de que yo pudiera protegerlo adecuadamente. No había manera de que saliera de ese gentío que era una abrumadora mayoría, pero Baba extendía su mano hacia mí como al descuido y me tironeaba el borde del saco, y luego me decía secretamente con gestos: “No te preocupes, dilo simplemente, y todo estará bien”. Y estaba bien, por supuesto. Todos aceptaban las palabras de Baba aunque estuviéramos en el verdadero baluarte del brahmanismo ortodoxo. No había siquiera un murmullo de disidencia: tal era el poder de la presencia de Baba. Por así decirlo, el poder de su divinidad.
A veces Baba daba darshan hasta a setenta mil personas de una vez, quienes en su mayoría no eran devotas de él. Tal vez puedan llamarlas “simpatizantes de Baba” pero, para ser absolutamente franco, decir eso es también exagerar mucho. Pues casi todos acudían por curiosidad, o con la esperanza de beneficiarse de alguna manera con este contacto. La India es el país de la espiritualidad, de esto no hay duda, pero también existe un aspecto materialista de esta espiritualidad. La gente ansía recibir el darshan de alguien a quien se lo considera espiritualmente avanzado. Es probable que la gente nunca hubiera oído hablar sobre esa persona con anterioridad, pero un vecino les diría: “Oh, ¿te enteraste?, hoy el Swami (título honorario) Fulano de Tal está dando darshan,” y dejara todo para ir a buscar su darshan.
¿Pero por qué van? Casi todos van con la esperanza de obtener un beneficio con eso, y de conseguir la gracia de tener hijos, un buen matrimonio, un ascenso, o algo por el estilo. Entonces, en esa multitud de setenta mil personas es probable que hubiera solamente más o menos mil de ellas que aceptaban verdaderamente a Baba como el Avatar. Sin embargo, cuando Baba declaraba: “Yo soy el Más Alto de los Altos”, o “Con Mi autoridad divina yo digo que soy Dios en forma humana”, esas personas lo aceptaban, al menos mientras estaban en su presencia.
Ustedes saben que aquí, en Meherazad, hemos tenido visitantes que no aceptaban a Baba, que de hecho venían para mofarse de Baba o desenmascararlo, o para probar que él era una especie de falsario. Estaban aquí, precisamente en esta sala, sentados ante Baba, y Baba les sonreía y los abrazaba, y ellos se sometían como si fueran niños. Baba les decía: “Yo soy el Avatar,” y ellos asentían con la cabeza, aceptándolo. Más tarde, después de irse, a veces podrían volver a hablar contra Baba, pero mientras estaban aquí, en su presencia, no podían negar la divinidad de él. Sin embargo, lo paradojal del caso era que lo que nosotros experimentábamos, y lo que experimentaban quienes vivían con Baba no era Su divinidad sino su humanidad.
Baba no solía estar bien de salud antes de un importante darshan ya programado. Estaba físicamente débil y dolorido, y su mirada y sus gestos significaban que no había remedio:
–¿Cómo voy a poder dar darshan?
Y nosotros le decíamos:
–No lo des, Baba. Posterga el darshan.
Pero Baba replicaba:
–¿Cómo podré postergarlo? Mis amantes están viniendo de muy lejos para verme, ¿y cómo podré desilusionarlos cancelando el darshan?
Y yo le decía:
–Baba, ellos lo comprenderán porque son tus amantes. –Pero Baba siempre decidía que no podía desilusionar a sus amantes. Baba es el Señor del Amor, pero el Esclavo del amor de sus amantes. Él nos decía esto, y con cuánta frecuencia hemos visto que esto era verdad. Como el Señor, Baba podía haberles dicho fácilmente a sus amantes que el darshan se cancelaba, pero como el esclavo del amor de ellos, invariablemente cedía y aceptaba dar darshan.
Pero el día del programa, unos minutos antes, a Baba aún se lo veía muy debilitado, y era tanto lo que estaba sufriendo que incluso entonces le rogábamos que cancelara el programa. Baba se negaba; simplemente me tendía la mano para que yo lo escoltara hasta el dais, y ni bien subía a éste, ¿qué veían sus amantes? Veían a un Baba radiante, resplandeciente y sano. Era imposible que alguien adivinara que apenas unos instantes antes Baba hubiese estado tan enfermo.
Y sus amantes nos miraban a los mándalis como si nos hubieran pillado en una gran mentira, porque nosotros les habíamos estado escribiendo que Baba no estaba bien de salud, que el programa podría cancelarse y que nadie debería tratar de ver a Baba fuera del programa debido a su estado, y hete aquí que a Baba se lo veía con muy buen estado de salud, fuerte, sano y sonriente. Y ellos pensaban que nosotros habíamos estado tratando injustamente de impedirles que estuvieran con Baba. Pensaban que estábamos celosos y que intentábamos guardárnoslo totalmente para nosotros.
Incluso hoy hay algunos que aún sienten resquemor con los mándalis y nos echan la culpa de que no los dejamos acercar a Baba. ¿Pero qué podíamos hacer? Podíamos ver sus miradas, sabíamos lo que estaban pensando, pero no podíamos decir una sola palabra. Sólo teníamos que aceptar sus agravios y rencores. Y durante todo el darshan Baba continuaba apareciendo totalmente dinámico, animoso, con espléndida vitalidad y amor. Muchos han tratado de describir a qué se parecía un programa de darshan. Algunos han dicho que era como si Baba abriera la canilla y dejara que su amor corriera libremente. Francis Brabazon, al tratar de describir la reunión de Oriente y Occidente, escribió que Baba dejaba caer un poquito los velos que cubrían su divinidad, y el resplandor casi los cegaba a todos. Sea como fuere, es verdad que la gente sentía algo en su presencia.
Y después del programa, Baba regresaba a su habitación, y ni bien entraba allí, estaba débil nuevamente. Él llamaba a la doctora Goher para que hiciera algo, y nosotros podíamos ver cuánto sufría. Y estaba sufriendo realmente. A diferencia de un Maestro Perfecto que hace de cuenta que sufre, cuando el Avatar ocupa un cuerpo humano, él se vuelve humano. ¿Después de todo, qué significa un cuerpo humano? Significa sufrimiento. Eso es lo que es este cuerpo. Y el Avatar sufría. Nosotros veíamos su sufrimiento, pero al mundo y a sus amantes Baba lo ocultaba.
Por supuesto, no estoy hablando sobre los primeros años. Incluso entonces Baba solía caer enfermo antes de un importante programa de darshan, pero nosotros veíamos la increíble vitalidad de Baba, su vigor y su entusiasmo. Pero de lo que estoy hablando es de los años posteriores, especialmente de los años en Pune. Y en esa época parecía que el mundo tenía la buena suerte de ver a Baba por lo menos en algo de su divino esplendor, mientras que nosotros, los que vivíamos con él, veíamos su sufrimiento.
De hecho, cierta vez, después de uno de estos programas de darshan, uno de los mándalis le preguntó a Baba: “¿Por qué razón es que para tus amantes y para todos los que sienten tu divinidad y tu amor, estás tan fuerte, sano y espléndido, salvo para nosotros que sólo vemos tu sufrimiento?”. Y Baba le dijo con gestos: “Es verdad lo que dices. Ahora el mundo tiene que experimentar mi divinidad, mientras que ustedes experimentan mi humanidad. Pero llegará el tiempo en el que todos ustedes experimentarán mi divinidad, mientras que el mundo anhelará conocer mi humanidad.” Y ese día ha llegado.
No tanto actualmente, pero especialmente en los primeros años, precisamente antes de que Baba hubiera abandonado su cuerpo, cuando las personas venían aquí, no les interesaban las discusiones metafísicas ni hablar sobre los planos de consciencia o sobre Dios Habla, sino que lo único que querían escuchar era acerca de Baba. ¿Y qué querían escuchar sobre él? Querían saber todo lo que nosotros pudiéramos contarles sobre sus costumbres personales: cuál era su sopa favorita, qué comida le gustaba, si se limpiaba los dientes con cepillo o con los dedos, si se afeitaba, si usaba una afeitadora eléctrica o una simple hoja de afeitar, si dormía, si roncaba, y si era normal; en suma, ellos querían escuchar todo lo que nosotros pudiéramos decirles sobre Baba como persona. Anhelaban conocer su humanidad.
Y en cuanto a nosotros, experimentábamos la divinidad de Baba viendo a sus hijos que acudían aquí en tropel de esa manera. Pues nosotros les preguntábamos: “¿Por qué vinieron? ¿Qué los trajo hasta aquí?”, y ellos nunca podían contestarnos. Ah, podían decirnos: “Yo vi su foto,” o “Yo leí los Discursos,” o bien: “Un amigo me habló sobre él,” pero estas no son respuestas. Realmente no lo son. ¿Acaso que hayas visto su foto significa algo? ¿Es esta una razón para viajar desde el otro lado del mundo para ver el lugar en el que la persona de la fotografía acostumbraba a vivir? No, eso es una locura. No hay manera de explicar por qué venían estas personas, salvo decir que Baba las estaba trayendo. Ellas mismas no eran conscientes de eso. Todas tenían excusas de por qué venían, pero nosotros podíamos ver muy claramente que venían solamente porque Baba las estaba trayendo.
¿Y cómo las estaba trayendo? ¿Les estaba fletando un avión y comprándoles los pasajes y enviándoles cartas en las que les decía que vinieran? No. Baba ni siquiera estaba ya en su cuerpo, de modo que era su divinidad la que las estaba trayendo. Y entonces lo que Baba decía era verdad, experimentábamos su divinidad todos los días, mientras los jóvenes que venían anhelaban conocer su humanidad.
Por alguna razón, actualmente la gente no anhela tanto enterarse de las costumbres personales de Baba como lo hacía antes. Ahora parece hacer más hincapié en la Divinidad de Baba. Las personas vienen aquí y dicen: “Puesto que Baba era Dios, ustedes deben haber experimentado muchas cosas en su presencia”. O bien, se preguntan: “¿Cómo era eso de vivir con Dios?”. La idea de esas personas sobre Dios parece implicar experiencias ocultas o algo por el estilo. Saben que Baba es Dios y entonces quieren saber todo acerca de Su perfección, pero ¿qué les podemos decir? Baba es Dios, no hay duda de eso, pero la perfección de Baba que nosotros experimentábamos día tras día era la de Su humanidad perfecta.
Meher Baba era el deportista perfecto, el compañero perfecto, el amigo perfecto, el psicólogo perfecto, el maestro perfecto y el filósofo perfecto. En suma, Baba era perfecto en cualquier ámbito que emprendiera y que ustedes puedan denominar. Esto es lo que le digo a la gente, y sin embargo no me entienden. Pero cuando les digo que Meher Baba era perfecto en todas las cosas, eso también significa que era el delincuente perfecto, ladrón perfecto: sí, esto es verdad. ¿No han visto el afiche del ómnibus azul que está afuera? Baba nos decía que él es el ladrón perfecto porque nos roba el corazón. Y vean hasta dónde llega su perfección que no solamente les roba el corazón, sino que también se los roba de manera tan perfecta, tan silenciosamente y con tanta destreza que les podría tomar vidas enteras antes de siquiera darse cuenta de que él lo robó.
Baba es también el economista perfecto. A veces la gente se sorprende al escuchar esto. Sabe que Baba nunca tocaba el dinero, y presiente que administrar adecuadamente el dinero es, de alguna manera, la antítesis de la espiritualidad, ¿pero qué significa la perfección?, significa ser perfecto en todos los aspectos de la vida, no solamente en un fragmento aislado. Y créanme que Baba fue perfecto cuando llegó a administrar el dinero. Baba planificaba los programas de sahavas a los que acudirían centenares de personas de toda la India para estar con él. Había que proporcionarles alojamiento, había que cavar excusados, había que conseguirles comida y había que atender todos los detalles para que los amantes de Baba se sintieran cómodos, para que pudieran distenderse y concentrarse por completo en Baba sin preocuparse por nada más. Y Baba no sólo planificaba estos programas hasta el mínimo detalle, sino que también les asignaba un presupuesto y se aseguraba de que se contabilizara cada rupia que se gastara.
Tal vez algunos de ustedes que vinieron aquí en los primeros años se hayan enterado por Adi, secretario de Baba, cómo éste solía salir de paseo en auto para distraerse. Baba reunía a los mándalis y les anunciaba que estaba falto de dinero y que tenían que encontrar de alguna manera un modo de gastar menos. Y todos formulaban sus sugerencias. Algunos decían: “Podemos tomar té sólo una vez por día,” o “Podemos tomar té sin leche,” “Comeremos una verdura sola,”, “Nos arreglaremos con un solo jabón por mes”: todos trataban de imaginar una manera de hacer economía. Y Baba estudiaba todas estas sugerencias y decidía a qué nueva austeridad debían someterse los mándalis.
Y entonces le decía a Adi en privado:
–De paso, envíale mil rupias a esta familia del norte, y quinientas a este hombre del sur, y manda tres mil aquí y mil quinientas allá –y Adi quedaba atónito.
–Pero, Baba –protestaba–, si apenas tenemos para pagar nuestras cuentas, ¿cómo podré enviar tanto a los demás? –Pero Adi lo hacía porque Baba le decía que lo hiciera.
Me desvío un poco del tema, pero para darles una buena idea de lo que quiero decir, me acuerdo de una vez, incluso en años posteriores, aquí en Meherazad. La salud de Baba no era fuerte y Mehera y las mujeres pensaron que sería bueno para Baba que tomara un poco de zumo de frutas frescas. Entonces encargaron algunas naranjas del pueblo y luego exprimieron el zumo en un vaso para Baba. Estaban muy contentas por haber podido agasajar con esto a Baba. Lo recuerdo porque Baba estaba sentado en la sala de los mándalis con una familia del norte. Esta familia era enteramente devota de Baba, pero eran pobres y estaban sufriendo reveses financieros de una clase u otra. No habían venido para quejarse; su dedicación a Baba y su entrega a su voluntad eran tan grandes que no le hubieran dicho una sola palabra sobre sus problemas, pero fue Baba quien empezó a preguntarles sobre sus finanzas y si tenían suficiente dinero para administrar la familia apropiadamente. Baba se interesaba siempre en la vida de sus íntimos. Era siempre completamente práctico, de modo que, por sí solo, les preguntaba si podían pagar los estudios de sus hijos, si tenían con qué comprar los libros, si tenían lo suficiente para comer, cuánta verdura comía cada uno, etcétera. Ustedes podrán ver incluso en esto la perfección de Baba: podía haberse limitado a preguntarles: “¿Tienen suficiente dinero?,” y ellos le habría dicho: “Sí,” y ahí habría terminado todo. Pero Baba ama a sus íntimos, y el amor nunca se contenta con esas respuestas, de modo que Baba hacía preguntas íntimas y detalladas hasta que se aclaraba exactamente cuál era el estado financiero de la familia. Pero Baba hacía esto de una manera natural, no como una suerte de interrogatorio; cuando Baba hacía las preguntas era siempre aparente que no lo estaba haciendo por curiosidad sino por amorosa preocupación.
En cualquier caso, para hacerla corta, Baba estaba sentado en esta sala con esa familia, la cual estaba sentada ante Baba, mientras yo estaba de pie aquí para interpretar los gestos de él; fue entonces cuando vino la doctora Goher con el vaso de zumo de naranja para Baba. Baba se puso muy severo de inmediato. En lugar de que le complaciera la atención de las mujeres, Baba quiso saber dónde habían conseguido las naranjas. ¿Y no sabían ellas lo que costaban las naranjas? ¿Cómo podían ser tan derrochonas? ¿Y cómo tuvieron la audacia de encargar naranjas del mercado sin habérselo dicho?
Ya lo ven, antes de que se pudiera comprar algo del mercado, aunque fuera una barra de jabón, o un ramo de hojas de cilantro, el administrador tenía que mostrar la lista de compras a Baba para su aprobación. Pero las mujeres habían inducido a Vishnu a que consiguiera algunas naranjas además de las compras corrientes. Entonces Baba se enfadó muchísimo y amonestó severamente a la doctora Goher por su derroche. Lo que dio a entender fue que, debido a estas naranjas, se hubiera echado abajo todo el presupuesto y que ahora todos enfrentarían graves dificultades en Meherazad. Mani cuenta que todas estallaron en llanto incluso antes de que Baba hubiera terminado de reprenderlas por su despilfarro. Así de tremendo fue Baba al tratar todo este asunto.
Por supuesto, yo no estaba allí cuando Baba conversó con Mani y Mehera, pero jamás olvidaré este episodio porque yo fui el que tuvo que transmitirle a Goher las palabras de Baba. Pero lo que realmente hace que este episodio se destaque en mi memoria fue que inmediatamente después de recalcarle a Goher que no había dinero para pagar esas naranjas, Baba se dio vuelta y dispuso que uno de los mándalis diera a la familia del norte quinientas rupias para ayudarla a salir de sus dificultades. Eso fue lo que hizo que ese pequeño episodio se grabara en mi mente todos estos años.
Baba siempre hacía cosas como ésa, lo cual solía poner frenético a Adi. Ustedes saben cómo es la mente. Adi hacía lo que Baba le decía, pero se preocupaba:
–¿Qué es lo que va a suceder ahora? No seremos capaces de pagar nuestras cuentas. –No era que a Adi le importara particularmente si algún comerciante tuviese que esperar para cobrar su dinero, o si algún otro volviese para incautar algo; en lo único que pensaba era que esto no sería una buena imagen para Baba.
Ya lo ven, así estábamos en aquellos tiempos. Quizás no teníamos suficiente fe, pero solíamos preocuparnos por cómo los demás verían a Baba. Ahora puedo darme cuenta de lo absurdo que era esto, pero en ese entonces nosotros éramos muy protectores. Por ejemplo, consideren el silencio de Baba. A nosotros no nos importaba si Baba interrumpía o no su silencio. No nos importaba si Baba prometía que lo interrumpiría todos los días durante un año y nunca lo hacía, pero no nos gustaba cuando Baba prometía en público que interrumpiría su silencio, cuando se emitían circulares dando una fecha determinada, porque solíamos pensar esto: “¿Pero qué dirán los demás y qué pensarán cuando Baba no interrumpa su silencio en esa fecha?”.
Entonces Adi se preocupaba por lo que iba a suceder cuando él no pudiera pagar alguna de las cuentas. Y luego, en el último minuto, el dinero venía cada vez inesperadamente de alguna manera. Uno de los amantes de Baba donaba una gran suma que cubría justamente todos los gastos y Adi respiraba profundamente aliviado. Esto sucedía todas las veces. Baba era un verdadero faquir. Como él decía, aunque nunca manejaba dinero, salvo cuando lo daba a los masts, a los pobres o a los leprosos, se escurrieron lakhs de rupias por sus manos a lo largo de los años. Pero tan pronto le entraba dinero a raudales, Baba le cambiaba la dirección y lo hacía afluir nuevamente. Baba no guardaba el dinero, y él y los que vivían con él llevaban siempre una vida de muchísima sencillez.
Adi era un hombre muy capaz, pero nunca podía estar al tanto de las finanzas de la manera que Baba podía hacerlo. Baba daba dinero a muchísimas personas diferentes y en sumas muy distintas, y no necesariamente con un calendario fijo. Baba podría enterarse de alguna persona menesterosa e instruía espontáneamente a Adi que enviara una cantidad de dinero. Sin embargo, de alguna manera, el dinero que entraba era siempre igual al que salía. Eso era un misterio y una maravilla para Adi. Solamente Baba podía administrarlo tan perfectamente.
Sin embargo Baba siempre esperaba de nosotros que fuéramos muy minuciosos en lo concerniente al dinero. Todas las veces que viajábamos en busca de masts sin Baba, él quería siempre una exacta contabilidad de cómo gastábamos nuestro dinero. Si al regresar le decíamos que habíamos gastado treinta y cinco rupias para tomar contacto con determinado mast, Baba nos decía inmediatamente con gestos:
–¿Por qué treinta y cinco? Eso debería haber costado solamente veintiocho.
Entonces hacíamos todos los cálculos: tanto para el ómnibus, tanto para el tren de tercera clase. A Baba nunca le importaba cuánto dinero gastábamos con un mast, pero era muy exigente cuando el gasto se refería a nuestra comodidad. Siempre viajábamos en tercera clase; no existía la posibilidad de que nos diéramos un lujo. Vivíamos con muchísima sencillez cuando estábamos con Baba. De modo que nos tentábamos un poco siempre que éramos enviados lejos, como para echar una cana al aire y aprovechar el hecho de que estábamos solos y podíamos hacer lo que queríamos. Pero Baba era siempre muy exigente con nuestros gastos y teníamos que darle cuenta de cada rupia que gastábamos.
Luego, cuando regresábamos y Baba nos preguntaba por qué habíamos gastado treinta y cinco rupias en lugar de veintiocho, teníamos que escribir exactamente en qué habíamos gastado el dinero. Y, por supuesto, cuando sumábamos los gastos de nuestro viaje, los rickshaws y todo, el resultado debía ser veintiocho rupias. Baba nos miraba, alzaba las cejas y con el gesto de la mano vuelta hacia arriba, nos decía:
–¿Y entonces?
Y nosotros le decíamos:
–Oh, sí, Baba. Gasté cuatro rupias para comprarle té, cigarrillos y caramelos al mast.
–¿Pero qué pasó con las otras tres rupias?
Entonces teníamos que confesar:
–Baba, una noche tuve tanta hambre que me quebré y me compré una gran cena, y las tres rupias se fueron en eso.
–¿Tres rupias para cenar? ¿Qué comiste?
–Solamente arroz con dal y una verdura, Baba.
–¿Entonces por qué costó tanto?
Ustedes saben que, en aquellos tiempos, todavía se compraban muchas cosas con una rupia. Y Baba seguía preguntando hasta que resultaba que, en vez de comer en la estación ferroviaria en la que esa comida podía haberse comprado por la mitad de esa suma, habíamos ido a un hotel del que otros nos habían dicho que servían una comida excelente.
Baba nunca objetó que comiéramos, no teníamos que ayunar cuando salíamos a buscar masts, y no se esperaba de nosotros que nos impusiéramos austeridades; lo que nunca le gustaba era que nos consintiéramos innecesariamente. Y él era un economista tan perfecto que siempre podía decir cuándo habíamos gastado demasiado.
Pero esta no es la historia que me proponía contarles. Todo esto ha sido el trasfondo de la anécdota que precisamente empieza ahora.
Esto ocurrió hacia la década del treinta. En esa época Baba tenía varios ashrams. Las mujeres vivían en Meherabad. Algunos hombres vivían en Nasik, y unos pocos en Rahuri, donde Baba tenía un ashram para dementes. Baba solía turnarse en sus visitas a cada ashram, pasando un día o dos, o a veces sólo unas pocas horas, mudándose luego al siguiente. No había horarios fijos. Baba pasaba el tiempo en cada lugar de acuerdo con su trabajo y con lo que había que realizar.
Una de las cosas que Baba discutía con los mándalis cuando los visitaba en Rahuri era cómo economizar, pues no había mucho dinero. El gerente afrontaba muchas dificultades administrando el ashram porque no había suficiente dinero. La situación se puso tan mal que finalmente pareció que la única solución era disolver enteramente el ashram.
Ahora bien, uno de los integrantes del ashram era el doctor Ghani. Todos ustedes me han oído hablar del doctor Ghani en el pasado, sobre cuán inteligente e ingenioso era. En esa época, a Ghani solía gustarle hacer las palabras cruzadas que aparecían en el diario. También le gustaba evitar cualquier trabajo si podía. No se trataba de que fuera alérgico al trabajo con la misma intensidad con la que era alérgico a bañarse, pero sin embargo, si había alguna manera de evitar el trabajo, Ghani seguro la encontraba.
Un día Ghani tuvo una idea brillante. Sabía que el ashram necesitaba dinero. Entonces decidió participar en el concurso instituido por el diario y ganar el dinero del premio por resolver correctamente sus palabras cruzadas. La siguiente vez que Baba llegó en el auto, bajó, echó un vistazo y vio que Ghani no estaba ahí. Esto era fuera de lo común porque tan pronto todos oían la bocina del auto de Baba, dejaban lo que estaban haciendo y corrían a recibirlo. Pero, aunque la bocina del auto había sonado como de costumbre, Ghani no estaba allí.
Baba fue a buscar a Ghani y lo encontró sentado a cierta distancia y absorto en el diario.
–¿Qué es esto? –le dijo Baba con ademanes–. ¿Yo llegué y ni siquiera viniste a saludarme?
–Ay, Baba, discúlpame. Yo estaba tan ensimismado en lo que estoy haciendo que no oí cuando tu auto se detuvo.
–¿Qué estás haciendo?
–Estoy ganando dinero para que el ashram no tenga que disolverse, Baba.
–¿Estás ganando dinero leyendo el diario?
–No, Baba. Estoy resolviendo las palabras cruzadas. El diario da un premio a quien resuelva correctamente el crucigrama.
–¿Un premio? ¿De cuánto?
Ghani le dijo a Baba de cuánto era el premio. Ahora no me acuerdo, pero era una suma considerable. Suficiente como para haber atendido fácilmente las preocupaciones monetarias inmediatas del ashram. Baba le expresó su asombro:
–¡Esa suma! –Y entonces se mostró entusiasmadísimo con todo el proyecto y les dijo a los demás–: Ahora no molesten al doctor, déjenlo trabajar. Va a ganar dinero para todos nosotros. No intenten que él haga cualquier otro trabajo. Lo más importante es lo que él está haciendo ahora.
Por supuesto, algunos no estuvieron muy contentos con esto pues parecía ser sólo una táctica más de Ghani para no trabajar, pero Baba estaba muy entusiasmado con todo el asunto. Todas las veces que él podía encontrar tiempo, se acercaba para ver cómo Ghani seguía con el crucigrama.
–¡Qué buena idea! –repetía Baba. Y luego, mediante ademanes, indicaba lo talentoso que era Ghani–: Realmente eres muy inteligente.
Baba siguió elogiando a Ghani por su idea y, de hecho, se interesó tanto en el proyecto de Ghani que decidió ayudarlo personalmente.
–Después de todo –explicó Baba–, con tu inteligencia y mi omnisciencia, seguramente ganaremos el premio. –Entonces Baba se sentaba con Ghani, lo aconsejaba y le decía con gestos–: Muéstrame lo que hiciste. –Y Ghani le mostraba el crucigrama a Baba. Baba miraba las pistas, veía lo que Ghani había escrito y luego le decía–: No, eso no está bien. Esa no es la respuesta para eso; esta es la palabra que deberías usar. –Y le decía a Ghani cuál debería ser la palabra correcta.
–¿Estás seguro, Baba?
–¿Acaso no lo sé todo? Pon lo que te digo. –Y entonces terminaron juntos el crucigrama. Baba estaba tan entusiasmado con esto que le dijo a Ghani que lo enviara inmediatamente y, cuando se iba, les aseguró a los mándalis que los problemas monetarios terminarían ahora–: ¿Cómo podremos perder con la inteligencia del doctor y con mi omnisciencia?
Baba regresó un día o dos días después, y lo primero que quiso saber fue si ya habían recibido el dinero del premio. Baba pareció estar desilusionado cuando le dijeron que no había llegado nada.
–Pero Baba –le explicó Ghani–, acabamos de enviar la solución y ni siquiera hubo tiempo para que aún llegara a los editores, y mucho menos para que contesten.
–Ah –Baba se alegró ante esto, como si nunca se le hubiera ocurrido. Pero aun así, al día siguiente, tan pronto llegó el correo, Baba preguntó ansiosamente si había venido el dinero del premio. No sé por qué Baba era así, pero una vez que se involucraba en cualquier proyecto, no tenía paciencia.
A veces Baba enviaba a uno de los mándalis para que hiciera algún mandado. Y ni bien esa persona salía de la habitación, Baba se impacientaba y nos decía con gestos: “¿Por qué tarda tanto?, “¿Adónde ha ido?”, “¿No debería haber vuelto ya?”. Y a veces Baba incluso terminaba enviando a uno de nosotros para que averiguara qué estaba reteniendo a esa persona. Pero por supuesto no había manera de que esa persona se hubiera ido y hubiera hecho el mandado en ese corto tiempo. Pero Baba también debía haber sabido esto. Como les dije, no sé por qué Baba era así, pero Él solía decir que, aunque tenía una paciencia infinita, también era infinitamente impaciente. Sea como fuere, todas las veces que Baba venía al ashram, lo primero que preguntaba siempre era sobre el crucigrama y el dinero del premio.
Finalmente, un día llegó Baba y otra vez Ghani no estaba ahí. Baba fue a buscarlo y lo encontró sentado afuera solo, triste, malhumorado y abatido.
–¿Ya llegó el dinero del premio? –le preguntó Baba. Ghani se limitó a menear la cabeza.
–No. –Y no contestó más. Baba siguió haciéndole preguntas, pero Ghani nunca le contestó; se quedó ahí sentado, abatido y sacudiendo la cabeza. Al final Ghani le entregó el diario a Baba.
El diario ya había sido abierto y plegado de nuevo en una página en la que se daba la correcta solución del crucigrama. También estaba escrito allí el nombre del ganador. Baba lo miró sorprendido, sin poder creerlo.
–¿No ganamos? –exclamó–. ¿Pero cómo puede ser eso?
–Baba –le espetó Ghani–. Mira la solución. ¡Cometimos siete errores! Cuando yo hacía los crucigramas por mi cuenta, solía cometer un error y a veces hasta dos. Una vez llegué a cometer tres errores, ¡pero nunca cometí siete con anterioridad! ¡Toda la culpa es tuya, Baba! ¡Cometimos siete errores porque tú me ayudaste!
Baba no lo podía creer, examinó la solución y declaró:
–Pero son ellos los que cometieron los errores. Las respuestas que yo di eran correctas, estas no son las soluciones correctas. –Y Baba continuó insistiendo en que sus respuestas eran las correctas mientras que las respuestas estaban equivocadas.
Sin embargo, Ghani no estaba convencido. Simplemente estaba disgustado y seguía murmurando:
–Siete errores, Baba. Nunca cometí siete cuando esto lo hacía yo solo.
Baba se retiró sacudiendo la cabeza, asombrado. Y así terminó el sueño de Ghani sobre ganar dinero fácilmente.
Y hablando de ganar dinero fácilmente, eso me hace acordar de otra anécdota. ¿Les gustaría escucharla?
Se refiere a una pareja que era muy afecta a Baba. No estaban viviendo con nosotros, pero en un sentido podría decirse que eran de la familia. Todas las veces que Baba iba a Pune, esta pareja venía a verlo en Guruprasad. Y porque eran tan afectos a Baba, éste le hacía bromas. Era una señal de su intimidad. ¿Y cómo se las hacía? Siempre le hacía bromas al esposo porque no le compraba a su esposa brazaletes, adornos y lindos saris.
Pero la pareja era pobre. El esposo solía hacer trabajos salteados para ganar dinero y no se morían de hambre ni nada por el estilo, pero eran muy pobres. Entonces cuando solían visitar a Baba, éste miraba a la esposa y le preguntaba con aire de inocencia:
–¿Qué pasa, no tienes brazaletes ni adornos?
–No, Baba –le decía ella.
Baba se volvía hacia el marido:
–¿Cómo es esto, tu esposa es tan bella y no le compras adornos? La belleza necesita un adornito que resalte como es debido. ¡Ni siquiera tiene aros! Todas las veces que vienes, ella tiene puesto el mismo sari. ¿Por qué no gastas en ella un poco de dinero?
Y la esposa se sentía avergonzada y el marido se disculpaba y contestaba:
–Sí Baba, ella es muy hermosa, pero ¿qué puedo hacer? me gustaría adornarla con brazaletes de oro y todo tipo de joyas, pero no las puedo pagar. –Por supuesto Baba no hablaba en serio, simplemente estaba bromeando con esta pareja. Este era uno de los signos de intimidad con ellos, ya que Baba nunca hubiera bromeado de tal manera con alguien que no era cercano a él, alguien que no fuese uno de nosotros.
Y esta pareja realmente parecía amar muchísimo a Baba y así fue durante varios años. Sin embargo, no sé qué sucedió después, pero parecería que de alguna manera este hombre se trastornó. Pues una vez, cuando Baba lo estaba embromando amablemente como de costumbre, el hombre le espetó:
–Pero Baba, ¿qué puedo hacer?, tú no me das nada de dinero. Bendíceme para que yo pueda conseguir dinero y se cumpla tu deseo, para que yo pueda comprarle a mi mujer todo lo que tú quieres.
Baba pareció sorprenderse:
–¿Dices que quieres dinero?
–Sí, Baba, entonces podré vestir a mi esposa como es debido.
Baba mira a la esposa, sacude su cabeza patéticamente, como si el marido hubiera perdido la razón.
–¿Qué está diciendo? –le pregunta Baba a la esposa–. Tú ya estás vestida con mi amor, ¿y él piensa que eso no es lo debido?
Pero el hombre no pudo ser disuadido. Aunque Baba trató de convertir eso en una broma y tomarlo a la ligera, cada vez que la pareja venía a ver a Baba, el marido empezaba a rogarle que lo bendijera con riqueza.
–¿No te das cuenta –le preguntaba Baba–, de que sólo estaba bromeando? ¿Para qué necesitas tener dinero? Tienes la máxima riqueza de todas, me tienes a mí.
–No, Baba, yo quiero dinero. Todos estos años me has estado diciendo que yo debería comprarle a mi esposa lindos adornos y ahora quiero hacerlo.
Baba se dirigía a la esposa y le preguntaba:
–¿Realmente quieres pulseras, adornos o saris nuevos?
Y ella le contestaba:
–No, Baba, sólo te quiero a ti.
Baba le indicaba con gestos al marido:
–¡Mírala! Olvídate ahora de este disparate tuyo. –Pero el marido no podía olvidarse de eso. Sin importarle cuánto trataba Baba de persuadirlo para que se olvidara de eso, él insistía en que Baba lo bendijera con dinero–. ¿Qué es esto de estar queriendo dinero todo el tiempo? –le preguntaba Baba–. No es bueno para ti; el dal-roti es bueno. –Dal-roti es una manera de describir la dieta de un pobre, de quien sólo puede darse el lujo de preparar un poco de dal y roti solo, para comer, y Baba le decía–: El dal-roti es bueno –significándole esto: “No necesitas lujos, la vida sencilla es buena”. Pero el hombre seguía insistiendo y finalmente Baba le dio esta orden–: Vete. Vete de aquí si sólo quieres dinero.
Pero cada vez que la pareja venía, el hombre empezaba todo de nuevo. Baba le decía:
–Yo te lo puedo dar, ¿pero quieres que yo me ensucie las manos, que estire mi mano y la meta en un montón de excremento para que te lo dé. –Baba se volvía hacia la mujer y le decía–: ¿Eso es lo que tú quieres? ¿Quieres que yo me ensucie las manos para que pueda darte excremento?
–No, Baba. Haz lo que tú quieras.
–¿Entonces no puedes hacer entrar en razones a tu esposo?
–Baba –dijo el marido en voz alta–, sea como fuere, yo quiero dinero.
Baba volvió a mirar a la esposa:
–¿Ves la locura que él está diciendo? –Baba hizo todo lo que pudo para convencer al hombre para que cesara de pedir su bendición, pero el hombre era sordo y mudo respecto de todas las palabras de Baba. No sé por qué este hombre aceptó algo que Baba le dijo en broma y pareció decidido a obedecerle, pero cuando Baba le repitió explícitamente una y otra vez que no era bueno que pidiera dinero, y que él no debería hacer eso, el marido no le prestó atención e insistió en que Baba lo bendijera para poder tener dinero.
Finalmente Baba le dijo:
–Me has importunado bastante, yo te bendigo, y ahora vete.
Y eso fue todo. Pero al año siguiente, estando nosotros otra vez en Pune, esta pareja vino a visitarnos. Y tan pronto la esposa entró, me fijé en que vestía un sari caro, y también tenía muchas pulseras costosas, joyas y chucherías de adorno. Cuando la vi venir, le dije:
–Ah, ahora esto es lo que tu belleza necesita. Antes parecías una piedra preciosa sin engarzar, pero ahora que el joyero te engarzó, tu belleza destella al máximo. –No se trataba de que me importara que ella tuviera adornos, pero esto era algo que el marido quería, y yo me alegré porque ellos estaban ahora financieramente mejor. Y, como he dicho, ellos eran muy afectos a nosotros, y entonces nos complacíamos con esta clase de bromas. El marido parecía muy feliz. No solo vestía bien ¡sino que ahora hasta tenía panza!
Cuando Baba los vio, expresó su sorpresa y dijo con gestos:
–¿Qué es todo esto?
El marido se lo explicó:
–Baba, por tu gracia estoy ganando muy bien ahora. –Y entonces la conversación abordó otras cosas y no se dijo nada más al respecto. Y si alguna vez pensábamos en eso o mencionábamos entre nosotros a esta pareja, sólo expresábamos nuestra felicidad porque ellos estaban ahora financieramente mejor.
Pero al año siguiente, cuando regresamos, descubrimos que ahora el marido había comprado un auto nuevo y un lindo chalet. Todo esto en un año y medio, imagínense. Y los autos de ninguna manera eran corrientes en aquel entonces. Ellos gastaban muchísimo y sólo los pudientes podían darse esos lujos. ¿Y qué significa un chalet? Entonces a veces los mándalis nos preguntábamos entre nosotros: “¿Cómo es posible esto? ¿Cómo ha podido ganar tanto dinero?”. Y recuerdo que Kaikobad decía:
–¿Por qué no? Cualquier cosa es posible con las bendiciones de Baba.
Yo replicaba:
–Eso es verdad, pero estas bendiciones no ocurren en el vacío. ¿Cómo está ganando él actualmente el dinero? –Eso era un misterio para nosotros, pues hasta un buen trabajo con un buen sueldo no permitiría ganar tanto dinero en tan corto tiempo.
Y después, un día, estando nosotros en Meherazad, llegó el diario y en la primera página estaba la foto de un hombre. Y salió a la luz toda la historia. Aparentemente, el hombre había empezado a hacerse pasar como pariente de un importante personaje de la política. En aquella época todavía había racionamiento de determinados equipos industriales. Se necesitaba un permiso para ciertas clases de negocios. Para comprar el equipo se requería un permiso del gobierno, y este hombre iba a ver a los empresarios y les hacía saber que, como pariente cercano de ese funcionario importante, les conseguiría el permiso. Entonces los empresarios le daban el dinero para que él usara su influencia. Y después de haber establecido todos los contactos con el mundo de los negocios, él acudía a los del gobierno y les decía que podía arreglar fácilmente contratos y tratos comerciales para el gobierno si le daban determinado tanto por ciento. Y así estuvo ganando dinero de ambas partes. No puedo recordar cómo lo atraparon, pero eso ocurrió y su sentencia fue la cárcel. Perdió dinero y salud, y creo que murió no demasiado tiempo después de eso.
Uno de los mándalis se mostró sorprendido pues nunca se nos ocurrió que ese hombre llegara a hacer algo así, y Baba replicó:
–¿Qué puedo hacer yo? Él me obligó a meter mis manos en el excremento y a que yo se lo diera.