El progresivo avance en el conocimiento de nosotros mismos es gradual e imperceptible. Cuando llega el momento, el avance de la persona hacia el Conocimiento del Yo, del Ser, se produce tan naturalmente como el crecimiento del cuerpo físico de un niño hasta su pleno desarrollo como adulto. El cuerpo físico crece y se desarrolla por el accionar de leyes naturales, y el avance del buscador del Conocimiento del Yo se desarrolla por el accionar de leyes espirituales concernientes a la transformación y emancipación de la consciencia. El cuerpo físico de un niño crece de manera muy gradual y casi imperceptible, y lo mismo se aplica al avance espiritual de una persona una vez que entró en el sendero, en el Sendero espiritual. El niño no sabe cómo crece su cuerpo físico; del mismo modo, el buscador, el aspirante a menudo suele ignorar la ley por la cual avanza hacia el destino de su progreso, de su verdadero desarrollo espiritual.
Por lo general, el aspirante es consciente de la manera en la que ha estado reaccionando ante las diversas situaciones de la vida, pero raras veces es consciente como avanza hacia el Conocimiento del Sí-mismo. Sin que él lo sepa de manera consciente, de manera explícita, está llegando gradualmente a este tipo de entendimiento del Yo atravesando el sendero interior, a través de alegrías, dolores, felicidad y sufrimiento, sus éxitos y sus fracasos, sus esfuerzos y descanso, y mediante momentos de clara percepción y voluntad armónica, y también momentos de confusión y conflicto. Así se ponen de manifiesto los diversos sanskaras que él trajo del pasado, y el aspirante forja su camino hacia el Conocimiento del Sí-mismo, atravesando la enmarañada confusión que plantean de los sanskaras, de la misma manera que el viajero recorre su camino por un bosque agreste y tupido.
Podríamos comparar la consciencia humana con una linterna que revela la existencia y la naturaleza de los objetos, la naturaleza de las cosas. La región que puede iluminar esta linterna está definida por el funcionamiento de este mismo instrumento, así como quien esté dentro de un bote puede pasearse por cualquier parte sobre la superficie del agua, pero sin tener acceso a lejanos lugares en la tierra o lejanos lugares en el aire. El real accionar de la linterna de la consciencia es determinado por los sanskaras, por las impresiones mentales que se acumularon, así como el curso de los arroyos que bajan por una montaña son determinados por los canales creados por los contornos naturales de la misma.
En el caso de una persona del mundo, una persona común, el ámbito de su vida y la etapa de su accionar se reducen al mundo físico porque, en ella, la linterna que es esta consciencia cae en el cuerpo físico, se enfoca en el cuerpo físico y opera por medio de éste. Al verse reducido al instrumento del cuerpo físico, esa persona puede ser consciente de cualquier cosa dentro de los límites del mundo físico, pero es incapaz de establecer contacto con la realidad sutil o la realidad mental. El plano físico constituye, pues, el ámbito del individuo común y corriente, y todas sus actividades y pensamientos tienden a dirigirse hacia los objetos físicos a los que él puede tener acceso. Durante este tiempo permanece inconsciente de las esferas sutil y mental de la existencia, puesto que la linterna, como analogía de su consciencia, no puede enfocarse a través del instrumento del cuerpo sutil o del cuerpo mental.
En esta etapa, el alma es consciente del mundo físico, pero completamente ignorante de su naturaleza verdadera. Se identifica con el cuerpo físico sobre el cual cae el haz de luz de la consciencia, y esto se convierte naturalmente en la base de todas las actividades dentro de su propio alcance. El alma no se conoce a sí misma a través de sí misma, sino mediante el cuerpo físico, el conocimiento de sí misma está mediatizado por el cuerpo físico. Y puesto que todo el conocimiento que el alma puede recoger por medio del cuerpo físico apunta hacia el cuerpo físico mismo como el centro de las actividades, se conoce como cuerpo físico, como cuerpo denso, el cual es, de hecho, solamente su instrumento. Por lo tanto, el alma se imagina hombre o mujer, joven o viejo, y asume los cambios y las limitaciones del cuerpo.
Tras innumerables vidas dentro del escenario que el mundo físico le brinda, las impresiones conectadas con el mundo físico lenta y paulatinamente se van debilitando con la prolongada duración de la experiencia de los opuestos, como la gran felicidad y el sufrimiento. El debilitamiento de las impresiones es el comienzo del despertar espiritual, el cual consiste en que el haz de luz de la consciencia se retira gradualmente de la fascinación que el mundo físico otorga . Cuando sucede esto, las impresiones densas se tornan sutiles, facilitando e induciendo así al alma a transferir la base de su actuación consciente del cuerpo físico al cuerpo sutil.
Ahora el haz de luz de la consciencia recae sobre el cuerpo sutil y opera por medio del cuerpo sutil como su instrumento, dejando de trabajar por medio del cuerpo físico. Por lo tanto, todo el mundo físico se retira de la consciencia del alma, y sólo se vuelve consciente del mundo sutil. Ahora la esfera sutil de la existencia constituye el contexto, el entorno de su vida, y el alma se considera, se identifica como cuerpo sutil, el cual se convierte y ve como centro de todas sus actividades. Aunque el alma se volvió consciente de lo sutil, sigue ignorando su naturaleza verdadera, puesto que no puede conocerse directamente por sí misma sino sólo mediante el cuerpo sutil.
Sin embargo, el cambio de etapa de la acción de la esfera física a la esfera sutil de la existencia, es de considerable importancia. En la esfera sutil, los convencionalismos del mundo físico son reemplazados por nuevas formas, nuevas normas que están más cerca de la Verdad, resultando posible un nuevo modo de vivir al aparecer nuevos poderes y al ponerse en circulación la energía espiritual. La vida en el mundo sutil es sólo una fase pasajera de la travesía espiritual, y está lejos de ser la meta, pero de millones de almas conscientes de lo físico, apenas una es capaz de llegar a ser consciente del plano sutil, de la esfera sutil.
Las impresiones conectadas con el mundo sutil se gastan a su vez, por ejemplo, mediante algunas formas de penitencia, esfuerzos o yoga. Esto facilita y produce un ulterior retiro de la consciencia hacia su interior, con lo que el haz de luz de la consciencia llega a enfocarse en el cuerpo mental y comienza a funcionar a través y por medio del cuerpo mental. La ruptura de la conexión consciente con los cuerpos sutil y el cuerpo físico significa que la esfera física y la esfera sutil de la existencia quedan excluidas por completo del alcance de la consciencia. Ahora el alma es consciente del mundo mental, el cual brinda posibilidades más profundas para comprender espiritualmente y percibir más claramente la Verdad final, la última Verdad.
En este nuevo escenario de la esfera mental, el alma disfruta una inspiración continua, constante, una profunda visión interior y una intuición infalible, y se halla en contacto directo con la Realidad espiritual. Aunque está en contacto directo con Dios, con esta realidad espiritual, aun el alma no se puede identificar como Dios, puesto que no puede conocerse directamente por sí misma sino sólo mediante el instrumento de la mente individual. Se conoce por medio de la mente individual y se considera la mente individual, pues ve a la mente individual como la base y el centro de todas sus actividades.
Aunque el alma ahora está mucho más cerca de Dios que en las esferas física o la esfera sutil, todavía se halla encerrada en el mundo de la sombra, y sigue sintiéndose separada de Dios debido al velo creado por las impresiones conectadas con la esfera mental. El haz de luz de la consciencia está funcionando con la limitación de la mente individual, con el individualismo y, por lo tanto, no posee el conocimiento del alma tal como es en sí misma. Aunque el alma todavía no se realizó como Dios, su vida en la esfera mental de la existencia constituye un formidable avance que está más allá del ámbito de la esfera sutil. De los millones de almas conscientes de lo sutil, raramente una de ellas puede establecer contacto con la esfera mental de la existencia.
Es posible que un aspirante, un buscador, se eleve hasta la esfera mental de la existencia sin ayuda, por propio esfuerzo. Pero abandonar el cuerpo mental equivale a renunciar a la existencia individual. Este paso final, muy importante, no puede darse, salvo con la ayuda de un Maestro Perfecto, quien Realizó a Dios. De las almas conscientes de la esfera mental, son escasas las que pueden retirar de la mente individual el haz de luz de la consciencia. Este retiro implica la completa desaparición de los últimos rastros de impresiones conectadas con la vida mental del alma. Cuando el haz de luz de la consciencia ya no enfoca ninguno de los tres cuerpos, entonces pasa a reflejar la verdadera naturaleza del alma.
Ahora el alma tiene conocimiento directo de sí misma sin depender de instrumento alguno, y no se ve como un cuerpo finito mortal, sino como Dios infinito, y se conoce a sí misma, como la única Realidad. En esta crucial crisis en la vida del alma, se cortan por completo las conexiones con los tres cuerpos: con el cuerpo físico, sutil y mental. Puesto que la consciencia de las diferentes esferas de la existencia depende directamente de los respectivos cuerpos, ahora el alma se abstrae definitivamente del universo entero. El haz de luz de la consciencia deja de enfocar todo lo que sea extraño o externo y se vuelve hacia sí misma, hacia el alma misma. Ahora el alma es verdaderamente consciente de su mismisidad y ha llegado al conocimiento del verdadero Yo.
El proceso por el que se llega al Conocimiento del Yo, del verdadero Yo a lo largo de las tres esferas de existencia se alcanza con la adquisición del falso conocimiento del ser, el cual consiste en identificarse con el cuerpo físico primero, luego con el sutil, y luego con el mental, de acuerdo con las etapas del proceso evolutivo. Esto se debe al propósito inicial de la creación, el cual consiste en hacer que el alma misma sea consciente de su mismisidad, de Sí Misma. El alma no puede tener Verdadero conocimiento, salvo al final de la travesía espiritual, y todas las formas intermedias del falso conocimiento, del falso entender de sí misma son, por así decirlo, sustitutos temporales, parciales del verdadero conocimiento de Sí Misma. Son errores necesarios en el intento por llegar al Verdadero entendimiento espiritual, al verdadero conocimiento.
Puesto que el haz de luz de la consciencia se vuelve, a lo largo del sendero, hacia los objetos del entorno y no cae sobre el alma misma, el alma tiende a enfrascarse tanto en estos objetos que se olvida casi por completo de su propia existencia, de su propia naturaleza. Este riesgo de olvidarse de sí misma de manera total y absoluta es contrabalanceado al afirmar el alma su propio ser mediante los tres cuerpos, los cuales utiliza como puntos de foco, como puntos de encaje del haz de luz de la consciencia. De manera que el alma se conoce como sus propios cuerpos, se identifica con ellos y conoce a las demás almas como sus cuerpos, sosteniendo de este modo un mundo dual en el cual la identidad es diversa, identidad sexual, competencia, agresión, envidia, mutuo temor y exclusiva ambición nacida del ego, ambición egocéntrica. De ahí que el conocimiento de sí misma mediante cualquier signo externo sea fuente de indecible confusión, es fuente de complicaciones y enredos.
Podemos ilustrar esta forma de la ignorancia con el famoso cuento de la calabaza, mencionado por el poeta persa Jami en uno de sus versos. Había una vez un hombre distraído, distraído como ningún otro se olvidaba de las cosas, incluso de su propia identidad. Un amigo inteligente y de confianza quiso ayudarlo a recordar, quiso ayudarlo con el problema del olvido. Así que le sujetó una calabaza en el cuello, y le dijo: –Ahora escúchame, viejo amigo, un día podrías desorientarte por completo y no saber quién eres. Por eso, como una señal, te ato esta calabaza en el cuello para que cada mañana, cuando te despiertes, la veas y sepas que eres tú quien está ahí.
El hombre distraído veía la calabaza todos los días al despertarse por la mañana y se decía: “¡No estoy perdido, no estoy perdido!!”. Un tiempo después, cuando ya se había acostumbrado a identificarse por medio de la calabaza, el amigo le pidió a un extraño que se quedara con el hombre distraído, le sacara la calabaza del cuello mientras dormía, y se la atara él mismo en el cuello. El extraño lo hizo, y cuando el hombre distraído se despertó por la mañana, no vio la calabaza en su cuello por lo que se dijo: “¡Estoy perdido, estoy perdido!”. Entonces vio la calabaza en el cuello del otro hombre y le dijo: – ¡Tú eres yo! ¿Pero entonces quién soy yo?
Este cuento de la calabaza brinda una analogía sobre las diferentes formas de falso conocimiento del yo, derivado de la identificación con uno de los cuerpos. El hecho de conocerse como el cuerpo equivale a conocerse por medio de la calabaza. Podemos comparar la perturbación causada por la no identificación con el cuerpo físico, con el cuerpo sutil o mental con la confusión del hombre distraído cuando no pudo ver más la calabaza en su propio cuello. El principio de la disolución de la percepción de la dualidad equivale al hombre que se identifica como el extraño que tiene colgada la calabaza. Además, si el hombre distraído del cuento aprendiera a conocerse por sí mismo, por sí solo e independientemente de cualquier signo externo, a este conocimiento podríamos compararlo con el verdadero conocimiento de su mismisidad, de sí Misma por parte del alma, que después de detener la identificación con los tres cuerpos, sabe que ella no es otra que Dios infinito. La meta misma de la creación es llegar a este Conocimiento.