El egoísmo surge debido a la tendencia de los deseos por cumplirse a través de la acción y la experiencia. Nace de la ignorancia fundamental sobre nuestra verdadera naturaleza. La consciencia humana se nubla por la acumulación de varios tipos de impresiones mentales, que se depositan durante el curso prolongado de la evolución de la consciencia. Estas impresiones se expresan como deseos y el rango de operación de la consciencia se limita estrictamente por estos deseos. Los sanskaras o impresiones forman un cerco alrededor del posible campo de la consciencia. Este círculo de sanskaras constituye la única área limitada en la que la consciencia individual se puede enfocar. Algunos de los deseos tienen solo latencia de acción, pero otros pueden traducirse en acción efectiva. La capacidad para expresar un deseo a través de la conducta, depende de la intensidad y cantidad de samskaras conectados con este deseo. Usando una metáfora geométrica, podemos decir que cuando un deseo pasa a la acción, atraviesa una distancia equivalente al radio del círculo que delimita los sanskaras conectados con él. Cuando un deseo acumula fuerza suficiente, se proyecta en acción para realizarse.
Debido al lastre de los múltiples deseos, es imposible que el alma encuentre la expresión libre y plena de su ser verdadero, y la vida se vuelve egocéntrica y estrecha, cerrada. La vida entera del ego personal está continuamente a merced del deseo; es decir, en el intento de cumplir deseos mediante cosas que cambian y desaparecen; pero no puede haber plenitud real mediante las cosas transitorias. La satisfacción derivada de cosas pasajeras de la vida no perdura y los deseos del hombre permanecen insatisfechos. Por lo tanto, hay una sensación general de insatisfacción, acompañada de todo tipo de preocupaciones.
Las formas principales en las que el ego frustrado encuentra expresión son la lujuria, la codicia y la ira. La lujuria es muy parecida a la codicia en muchos aspectos, pero difiere en la forma de su realización, ya que se asocia directamente con la esfera densa, con el plano de realidad denso o grosero. La lujuria encuentra expresión por medio del cuerpo físico y tiene que ver con lo sensual, lo lascivo, con la satisfacción de los sentidos a través del cuerpo físico. Es una forma de enredo con la esfera densa. La codicia es un estado de inquietud del corazón, y consiste principalmente en ansiar poder y ansiar posesiones. Las posesiones y el poder se buscan justamente para cumplir los deseos. En el intento de cumplir sus deseos, el hombre sólo se satisface parcialmente y esta satisfacción parcial aviva y aumenta la llama del ansia en lugar de extinguirla. La codicia encuentra así un campo interminable de conquista, dejando al hombre permanentemente insatisfecho. Las expresiones principales de la codicia se asocian con la parte emocional del hombre. Es una forma de enredo con la esfera sutil. La ira es la expresión de una mente irritada, ocasionada por la frustración de deseos. Alimenta al ego limitado, el ego inferior, al yo egoísta, y se usa para dominar y para agredir. Intenta quitar los obstáculos existentes para el cumplimiento de los deseos. El frenesí de la ira alimenta al egoísmo, alimenta la arrogancia, y es el más grande benefactor del ego limitado. La mente es el asiento de la ira, y sus expresiones son generalmente a través de las actividades de la mente. La ira es una forma de enredo mental. La lujuria, la codicia y la ira, utilizan como vehículos de expresión el cuerpo físico, el corazón y la mente, respectivamente.
El hombre experimenta decepción por la lujuria, la codicia y la ira; y el ego frustrado, por su parte, busca aún más gratificación, complacencia, satisfacción a través de la lujuria, la codicia y la ira. Así, la consciencia queda atrapada en un círculo vicioso de interminable decepción. La decepción surge cuando la lujuria, la codicia o la ira se frustran en su expresión. Por lo tanto es una reacción general del enredo denso, sutil y mental. Es una depresión causada por la no satisfacción de la lujuria, la codicia y la ira, que juntas, son coextensivas con el egoísmo. El egoísmo, siendo la base común de estos tres vicios, de estos tres ingredientes, es por consiguiente la causa última de la decepción y de las preocupaciones. Se derrota a sí mismo. Busca complacencia a través del deseo, pero sólo logra una insatisfacción interminable.
El egoísmo inevitablemente conduce hacia la insatisfacción y la decepción, porque los deseos no tienen fin. El problema de la felicidad es entonces el problema de desprenderse de los deseos. Sin embargo, los deseos no se pueden superar eficazmente a través de la represión mecánica, de la represión no inteligente u opresión. Sólo se pueden aniquilar con el conocimiento. Si se sumergen profundamente en el campo del pensamiento y reflexionan seriamente por breves minutos, se darán cuenta de la vacuidad de los deseos. Piensen en lo que han disfrutado todos estos años y en lo que han sufrido. Todo lo que han disfrutado en la vida, hoy es nulo. Todo lo que han sufrido en la vida también es nulo en el presente. Todo fue ilusorio. Es su derecho a ser felices y aún así, crean su propia infelicidad al desear cosas. El deseo es la fuente de la perpetua inquietud. Si no obtienen lo deseado, hay decepción. Y si consiguen lo deseado, quieren más y más de lo mismo y son infelices. Digan: "No quiero nada", y sean felices. La realización continua de la vacuidad, de la futilidad de los deseos eventualmente conducirá al Conocimiento. Esta forma de conocimiento de sí mismo, del Autoconocimiento los liberará del deseo, lo cual conduce al camino de la verdadera felicidad, de la felicidad duradera.
Los deseos se deben distinguir cuidadosamente de las necesidades. El orgullo y la ira, la codicia y la lujuria, son todos diferentes de las necesidades. Podrán pensar, "necesito todo lo que quiero”, pero esto es un error. Si tienen sed en un desierto, lo que necesitan es agua pura, no limonada. Mientras el hombre tenga cuerpo habrá algunas necesidades, y es necesario satisfacerlas. Pero los deseos son el resultado de una imaginación apasionada.Si ha de haber alguna felicidad, los deseos deben ser escrupulosamente eliminados. Como la existencia misma del egoísmo consiste en deseos, la renuncia de los deseos se convierte en un proceso de muerte. En el sentido habitual, morir significa separarse del cuerpo físico; pero morir en el sentido real significa renunciar a los bajos deseos, a los deseos sensuales. Los sacerdotes preparan al hombre para una muerte falsa pintando imágenes sombrías del infierno y del cielo, pero esta muerte es ilusoria, ya que la vida es una continuidad ininterrumpida. La muerte real consiste en el cese de los deseos y llega en etapas graduales.
El amanecer del amor facilita la muerte del egoísmo. Ser es morir por amar. Si no pueden amarse unos a otros, ¿cómo podrán amar incluso a quienes los lastimen, a quienes los torturen? La ignorancia crea los límites del egoísmo. Cuando el hombre comprende que puede tener una satisfacción más gloriosa ampliando la esfera de sus intereses y actividades, se dirige hacia la vida de servicio. En esta etapa alberga muchos buenos deseos. Quiere hacer felices a los demás aliviando sus aflicciones y ayudándolos. Y aunque incluso en esos buenos deseos suele haber una referencia indirecta y latente hacia el ser, el estrecho egoísmo no tiene ligadura sobre las buenas obras. Incluso podría decirse que en cierto sentido, los buenos deseos son una forma de egoísmo, de egoísmo iluminado y extendido, ya que al igual que los malos deseos, también se mueven dentro del dominio de la dualidad. Pero conforme el hombre alberga buenos deseos, su egoísmo abraza una concepción más amplia que eventualmente genera su propia extinción. En lugar de sólo tratar de ser brillante, llamativo y posesivo, el hombre aprende a ser útil, útil a los demás.
Los deseos que entran en la constitución del ego personal pueden ser buenos o pueden ser malos. Los malos deseos comúnmente se conocen como formas de egoísmo y los buenos deseos se conocen como formas de altruismo; pero no hay una línea rígida que divida al egoísmo del altruismo. Ambos se mueven en el dominio de la dualidad, y desde el punto de vista último que trasciende los opuestos del bien y el mal, la distinción entre egoísmo y altruismo es principalmente una distinción de alcance. El egoísmo y el altruismo son dos fases de la vida del ego personal, y estas dos fases son continuas, son sucesivas entre sí. El egoísmo surge cuando todos los deseos se centran en torno a la individualidad, de la estrecha individualidad, de la individualidad cerrada. El altruismo surge cuando esta organización cruda de los deseos sufre una desintegración y hay una dispersión general de los deseos, con el resultado de que éstos cubren una esfera mucho más amplia. El altruismo se relaciona con el desinterés, el desprendimiento, la generosidad. El egoísmo es el ceñimiento de los intereses a un campo limitado; y el altruismo es la extensión de los intereses sobre un campo más amplio. Paradójicamente, el egoísmo es una forma restringida de altruismo y el altruismo es la extensión del egoísmo sobre una esfera amplia de actividad.
El egoísmo debe transmutarse en altruismo antes de que se pueda trascender completamente el dominio de la dualidad. El egoísmo extendido y expresado en forma de buenas acciones, se convierte en el instrumento de su propia destrucción. El bien es el factor principal que determina si el egoísmo prospera o el egoísmo muere.
El egoísmo, que al principio es el padre de las malas tendencias, a través de las buenas acciones se convierte en el héroe de su propia derrota. Cuando las malas tendencias se reemplazan completamente por las buenas, el egoísmo se transforma en altruismo; es decir, el egoísmo individual se pierde en el interés universal. Aunque esta vida bondadosa y altruista también se delimita por los opuestos, la bondad es un paso necesario para liberarse de los opuestos. La bondad es el medio con el cual el alma aniquila su propia ignorancia.
Del bien, el alma pasa a Dios. El altruismo se funde con la Individualidad Universal, que está más allá del bien y del mal, que está más allá de la virtud y del vicio, y de todos los demás aspectos duales de Maya. La cúspide del altruismo es el principio de la sensación de unidad con todo. En el estado de liberación no hay egoísmo, no hay altruismo en el sentido común, sino que ambos se absorben y se funden en el sentimiento de mismidad con todo, de unicidad con Todo. La realización de la unidad del todo se acompaña de paz y de dicha insondable. De ninguna manera conduce al estancamiento espiritual ni a la erradicación de estos valores relativos. La mismidad con todo produce armonía, una armonia imperturbable sin pérdida de discriminación, y una paz inquebrantable sin indiferencia hacia el entorno. Esta mismidad con todo no es producto de una síntesis subjetiva. Es resultado del verdadero logro de unión con la Realidad Última, que incluye todo, todo lo incluye.
Abran el corazón, arrancando todos los deseos y albergando sólo un anhelo, el anhelo de unión con la Realidad Última. La Realidad Última no se debe buscar en las cosas cambiantes del entorno exterior, sino en el propio ser. Cada vez que su alma intenta entrar en su corazón humano, encuentra las puertas cerradas y el interior repleto, repletos de deseos. No mantengan las puertas del corazón cerradas. La fuente de la dicha perdurable está en todas partes, y aun así todos son miserables por los deseos nacidos de la ignorancia. El ideal de la felicidad duradera resplandece plenamente sólo cuando el ego limitado, con todos sus deseos, alcanza su extinción completa, su extensión final.
Renunciar a los deseos no significa ascetismo o una actitud negativa hacia la vida. Tal negación de la vida deshumaniza al hombre. La Divinidad no está desprovista de humanidad. La espiritualidad debe hacer al hombre aún más humano. Es una actitud positiva que libera todo lo que es bueno, todo lo que es noble y todo lo que es bello en el hombre. También contribuye a todo lo que es bello y encantador en el entorno. No requiere la renuncia externa de actividades mundanas ni la evasión de deberes, ni la evasión de responsabilidades. Sólo requiere que, al realizar actividades mundanas o al cumplir con obligaciones derivadas del lugar y posición específicos de la persona, del individuo, el espíritu interior, el ser interno, permanezca libre de la carga de deseos. La perfección consiste en permanecer libre de los enredos de la dualidad. Tal libertad de enredos es el requisito esencial, más esencial para la creatividad irrestricta. Pero esta libertad no se puede lograr huyendo de la vida por temor a enredarse. Esto significaría la negación de la vida. La perfección no consiste en rehuir las expresiones de la dualidad, las expresiones duales de la naturaleza. El intento de escapar del enredo implica temor a la vida. La espiritualidad consiste en enfrentar la vida adecuada y plenamente, sin dejarse agobiar por los opuestos. Debe afirmar su dominio sobre todo lo ilusorio, por atractivo o poderoso que sea. Sin evitar contacto con las diferentes formas de vida, un ser perfecto actúa con desapego total en medio de intensa actividad.