La mayoría de la gente tiene la impresión de que todo lo que pueda suponer tener una gran importancia espiritual, debe necesariamente ser muy grande desde el punto de vista mundano, desde el punto de vista ordinario. Por lo tanto, para ser considerado espiritual, un acto debe tener efectos de largo alcance o afectar sustancialmente un área extensa de la vida. Constantemente se juzga el valor de una acción por la magnitud de sus consecuencias. El hombre generalmente está tan inmerso en los objetos del mundo denso que las dimensiones, magnitudes y cantidades del mundo denso, inconscientemente se filtran dentro de su estimación de todos aquellos valores referidos a la espiritualidad, de manera que van corrompiendo, pervirtiendo dicha evaluación.
Toda esta confusión se debe al hecho de que la mente humana está dominada con frecuencia por ideas matemáticas, aunque se trate de estimaciones de naturaleza espiritual. Sin embargo, lo que es grande espiritualmente difiere en tipo de lo que es grande en el plano de la matemática. La idea matemática del infinito se construye imaginando la colección de un número infinito de unidades, cada una con un fijo e idéntico valor o importancia. De hecho, una infinidad matemática evaluada de esta manera es inalcanzable, aún en la imaginación, porque por cada número imaginable, se puede concebir un número que sería aún mayor. Cada unidad es falsa si se considera que tiene existencia o importancia separada y exclusiva. Así, la idea matemática del infinito resulta ser el producto de una imaginación activada por falsas conjeturas, por falsas suposiciones.
El infinito espiritual no es resultado de sumas imaginarias de lo falso. Es la Realidad misma, que se percibe cuando reposa la falsa imaginación. La infinitud de la Verdad no puede sufrir ningún incremento con sumas, ni puede sufrir ninguna disminución con restas. De hecho, nada se le puede añadir y nada se le puede sacar, ya que incluye todo y no deja espacio para nada más, grande o pequeño. Es inconmensurable, indivisible e integral.
La infinitud de la Verdad no se afecta por ningún cambio en el universo. Todo lo que ocurre en el universo es fenoménico, y como tal cuenta como cero desde el punto de vista de la Verdad. Un terremoto, por ejemplo, se considera una gran tragedia, una calamidad terrible y desastrosa por la mentalidad mundana, por la inmensa destrucción de vida y por la inmensa cantidad de propiedades que acarrea. Sin embargo, incluso una calamidad como ésta, de ninguna forma puede tocar la Verdad infinita que se encuentra en el corazón de la Realidad. De hecho, el infinito espiritual de la Verdad no sufre ninguna limitación, incluso si se disuelve el universo entero. Por ende, es inútil medirlo en términos de lo que es grande según los estándares del mundo.
La ilusión que la mayoría de los buscadores, de los aspirantes encuentra difícil de superar, es la creencia de que la Verdad infinita es un objeto que debe ser alcanzado en un futuro lejano, y que toda la vida sólo es un medio para lograrlo. Si la Verdad se confinara sólo al futuro y no al pasado o al presente, no sería infinita. De inmediato se volvería limitada, como un evento que tiene su origen en el tiempo. Todo lo que la vida es y todo lo que la vida posee, de inmediato se priva de su significado intrínseco, si llega a ser considerada meramente instrumental para un evento lejano, para un momento futuro. Éste es definitivamente, una falsa suposición, un punto de vista falso.
La vida no está destinada a ser rica en significado espiritual en algún futuro lejano, sino en todo momento, si la mente se descarga de ilusiones. Sólo con una mente clara, serena, tranquila se capta la verdadera naturaleza del infinito espiritual, no como algo que todavía no ha de ser, sino como una auto-realización eterna que ya ha sido, es y siempre, siempre será. Cuando cada momento es rico, cuando cada momento está cargado con una alta significación de lo eterno, no hay un apego prolongado al pasado muerto, ni un expectante anhelo por el futuro, sino una vida íntegra en el eterno Ahora. Sólo al vivir así, puede realizarse el infinito espiritual de la Verdad en la vida.
No es correcto privar al presente de toda importancia, subordinándolo a un fin en el futuro, pues esto significa la acumulación imaginaria de toda importancia en el futuro imaginado, en vez de percibir y realizar la importancia verdadera de todo lo que existe en el presente, en el ahora. No puede haber altibajos en la eternidad, ni intervalos sin propósito entre cosechas intermitentes, sino una plenitud de ser que no se puede empobrecer por un solo instante. Cuando la vida aparenta ser improductiva, vacua, vacía, no se debe a alguna restricción de la infinidad de la Verdad, sino a la propia falta de capacidad para entrar en su plena posesión.
Así como no es correcto reservar toda importancia espiritual para un futuro anticipado, tampoco es correcto atribuirla exclusivamente a cosas que causan gran revuelo. Las cosas grandes y grandiosas de la vida no son las únicas que tienen significado espiritual. Las cosas no tienen por qué ser inusuales o particularmente notables para tener significado espiritual. Lo inusual, lo poco común y notable existe en relación a lo usual y habitual, y en sí mismo no necesariamente representa la belleza espiritual absoluta. Por ende, no es necesario donar grandes cantidades de dinero a alguna causa para ser espiritualmente grande. Una persona humilde puede ser incapaz de hacer esto y no obstante ser espiritual, si en este caso da lo que puede. La cantidad no es lo que confiere significado espiritual al obsequio, sino el espíritu con el que se da, el espíritu de la acción. De hecho, las grandes donaciones a menudo se acompañan con orgullo o con motivos egoístas, perdiendo así su valor espiritual. Inclusive un obsequio pequeño, ofrecido con humildad, ofrecido con un amor desinteresado absoluto, sería de mucho más valor espiritual.
La vida espiritual no es cuestión de cantidad, sino de la calidad inherente de vida. El infinito espiritual incluye todas las fases de la vida y comprende tanto los actos grandes, como los actos pequeños. Siendo mayor que lo más grande, el infinito espiritual también es menor que lo más pequeño, y se puede expresar igualmente mediante cualquier suceso, independientemente de si es externamente pequeño o externamente grande. Por lo tanto, una sonrisa o una mirada está al mismo nivel que ofrecer la vida misma por una causa, cuando la sonrisa o mirada surge del conocimiento de la Verdad. No hay gradaciones de importancia espiritual, cuando la vida entera se vive a la sombra de la eternidad. Si la vida sólo consistiera en cosas grandes y las cosas pequeñas estuvieran fuera de su alcance, no sólo sería finita, sino sería extremadamente pobre. La Verdad infinita que está latente en todo, sólo se puede revelar cuando la vida se ve y se acepta en su totalidad.
Las limitaciones surgen debido a deseos egocéntricos y voluntad propia. La posesividad en todas sus formas conduce a una vida de limitaciones. Por ejemplo, si uno anhela el amor de alguien y es otro quien lo gana, sobreviene un estrechamiento y un estrangulamiento de la vida libre del espíritu y se experimenta una aguda consciencia de limitación. Este es el origen del dolor que provocan los sofocantes celos. Pero si se examina la situación con un corazón libre de anhelos, el amor que recibe el otro se aprecia en su belleza natural; y con la claridad de percepción que llega al eliminar la posesividad, no sólo se prueba la libertad de la no-dualidad, de aquello que está más allá de la dualidad, sino también su felicidad. Cuando alguien más recibe ese amor es como si lo recibiera uno mismo, porque al haberse identificado con la vida en todas sus formas, ya no se insiste en las demandas de una forma única.
En la no-dualidad, hay libertad de toda limitación, y conocimiento y aprecio por las cosas tal y como son. Sólo en la ausencia de la dualidad se realiza la verdadera infinidad espiritual, que asegura la felicidad permanente e imperecedera. La limitación generada por los celos es nuestra propia creación, al igual que todas las otras limitaciones como la ira, el odio y los deseos. Toda escasez, toda restricción y limitación es subjetiva y auto-creada. Al vencer, al rendir la voluntad propia y la imaginación egocéntrica, surge una percepción verdadera del valor infinito de lo que ES.
Cuando la infinidad de la Verdad se comprende adecuadamente desde el punto de vista de la ausencia de la dualidad, también se vuelve útil y funcional para la solución adecuada de los problemas sociales basados en la dualidad, como un hecho irreducible. La sola manipulación de números, por ingeniosa que sea, no da un ajuste correcto entre el individuo y la sociedad, tampoco produce armonía verdadera entre los diversos grupos que existen en la sociedad.
Si las exigencias sociales de carácter general se determinan por las consideraciones de una pequeña minoría, los intereses de la gran mayoría quedan irresueltos, y la mayoría inevitablemente queda en rivalidad y en oposición con la minoría. Por otro lado, en países democráticos, las necesidades de naturaleza general se determinan tomando en cuenta el punto de vista de la mayoría, más que el de la minoría. Este punto de vista, sin embargo, sigue en el dominio de la dualidad, donde existe la multiplicidad y, por lo tanto, el problema de la minoría queda sin resolver. Ya que sus intereses quedan sin resolver, inevitablemente la minoría queda en rivalidad y oposición con la mayoría.
Mientras un problema social esté dominado por la idea de números y multiplicidad, no hay solución duradera. La solución duradera sólo se da cuando está iluminada por la verdad de la totalidad indivisible y la unidad intrínseca del todo. No se puede hacer contacto con el Uno en todos a través de la multiplicación de los muchos, sino únicamente descartando la falsa idea de los muchos. Cualquier número, por grande que sea, forzosamente es finito. El infinito espiritual no es un número, por grande que sea; es la Realidad única, la Realidad sin dos, la Realidad sin rival.
Donde hay muchos, necesariamente hay comparación entre ellos. Habrá uno menor, uno mayor, una jerarquía de exigencias, habrá privilegios y derechos, y todas las valoraciones se distorsionan al reconocer gradaciones de diferentes tipos. Desde el punto de vista espiritual, todas éstas son formas de consciencia falsa, porque la misma Verdad vibra, existe en todos. La similitud que se experimenta en la realización, en necesariamente distinta del principio de la igualdad; es decir, que una persona que es igual a cualquier otra persona singular en cuanto a sus necesidades, derechos y valor, pero nunca podrán ser iguales dentro de la dualidad a dos o más personas.
Por otro lado, el infinito espiritual de la Verdad da cabida a la paradoja de que se puede considerar a una persona como la totalidad misma. Por ende, una persona no sólo es capaz de ser considerada como igual en importancia que dos o más personas, sino incluso como igual a todas. En el infinito espiritual toda comparación está fuera de lugar. No hay más pequeño ni mayor, no hay jerarquía de exigencias, no hay privilegios y derechos, y la valoración permanece cristalina, por la percepción clara, transparente, indemne del Uno en todos y cada uno. Considerando que todos en la creación, no sólo están dentro del infinito espiritual, sino son el infinito espiritual indivisible mismo, entonces todos son primeros en importancia y nadie ocupa un lugar secundario.
En la vida social, el reconocimiento de la infinidad espiritual de la Verdad significará un reto al individualismo y también al colectivismo. Esto inicia una nueva forma de pensar en términos de una totalidad indivisible y descarta cualquier valor relativo de comparación, de competencia, a favor del reconocimiento del valor mismo, intrínseco de todo. Por consiguiente, en una civilización basada en la verdadera idea del infinito espiritual de la Verdad, no habrá problemas de mayoría y minoría, de rivalidad y competencia, ni de esas comparaciones y evaluaciones tan sofisticadas que tan a menudo se convierten en refugio para el orgullo y el ego que separa. Entonces, la vida será infinitamente simple e íntegra, porque todas las ilusiones que crean distanciamientos y complejidades habrán desaparecido.