Todo depende de la mente. La mente se alimenta con felicidad y miseria. El mundo es realmente un sueño. La felicidad y el dolor son juegos de la mente; ni la felicidad ni el dolor tienen sustancia. En realidad, la mente existe para que nos empeñemos en ver a Dios, pero no hace caso de esto, queda atrapada en el mundo y grita: “¡Quiero esto! ¡Quiero aquello!”. La mente se enreda en maya, y de este modo aumenta los deseos. Tan pronto satisfacemos un deseo, ya hay otro deseo listo para que sea satisfecho. De esta manera, uno tras otro, los deseos aumentan ilimitadamente y nunca proporcionan libertad a nadie.
Posee todo el universo aquel que controla su mente. De nada le sirven la felicidad, el sufrimiento, la salud, la riqueza o todo lo demás. Ese hombre está más allá de todo eso.