El 28 de agosto de 1939, por la mañana, durante las habituales conversaciones con los mandali, Baba empezó de repente a preguntar a cada uno en la habitación: "¿Dónde está Dios?... ¿Dónde está Dios?"
Todos respondieron de manera espontánea.
Jehangir Wankadia, erudito en filosofía oriental, dijo: “En todas partes.”
Nilu se señaló el pecho y dijo: "¡En el corazón!"
Vishnu dijo: "¡En el alma!"
Uno expresó que era incapaz de dar la respuesta apropiada: "Esa es la pregunta eterna."
Finalmente, Baba se lo preguntó a Donkin, quien replicó: "¡En Baba! ¡Baba es Dios!"
Por un instante, todos quedaron atónitos. La respuesta de Donkin fue tan sencilla y natural. Entonces Baba deletreó la siguiente explicación:
Si ustedes me consideran su Maestro y me creen perfecto y uno con el Infinito, si creen esto con total fe, entonces la única respuesta correcta y lógica es la de Don.
¡Dios está donde ustedes no están! Con ustedes, quiero decir su falso “yo”, sus vidas ilusorias como Kaka Baria, Adi, Eruch y Baidul. ¡Lo que ustedes son no es Dios! Creerse separado de Dios es todo imaginación. ¡Su falso ego les hace creer que son tal o cual y los induce a creer que Dios nunca puede residir en ustedes! ¡Dios viene cuando su falso ego desaparece y su “yo” se va!
Además Baba dio esta explicación refiriéndose a las diversas respuestas del grupo:
Decir que Dios está en todas partes es algo genérico y nada nuevo. Los pundits y sacerdotes de todo el mundo dicen eso, y esta explicación abunda en el Vedanta. El mero hecho de decir esto no sirve de nada. Deben buscar a Dios en todas partes, encontrar a Dios en todas partes, sentir a Dios en todas partes y experimentar a Dios en todas partes.
Decir que Dios está en el corazón es sólo parte de la verdad. Si Dios está en todas partes, como lo saben y lo dicen, entonces ¿por qué debería reducirse dentro de los límites de su sistema cardiovascular? ¿Por qué no está en sus cabezas, en los dedos de sus manos o en los de sus pies? ¿Por qué deberían tratar de verlo en una parte en particular y no en otra?
Un error común y una característica de la debilidad humana consiste en elevar los ojos al cielo y tratar de ver al más alto y más Amado, y reverenciarlo en lo alto, en algún lugar de los cielos. O bien, cuando buscamos en el cuerpo, sólo lo encontramos a Él en las partes que más gustan a los hombres; o sea, en el corazón o en los ojos, como si Él no existiera igualmente en todas en otras zonas corporales: en la espalda o en los huesos, en las uñas o en la carne. ¿Dios está en la rosa, y no está en la espina? ¿O está en las flores y no está en la suciedad?
Deben vencer esta debilidad de ver a Dios en cosas que les gustan y de estremecerse ante la idea de que Él exista en cosas que no les gustan o que aborrecen. Solamente cuando se eleven sobre todas estas ideas acerca del bien y del mal, y reconozcan, vean y sientan a las flores y a la suciedad por igual, y encuentren a Dios en todo por igual, entonces podría decirse que han conocido y aprendido algo real. De lo contrario, todo es habladuría, concepción falsa, ilusión.
Además, si damos por sentado que el corazón es la mejor y la más ideal morada para que Dios habite en el cuerpo humano, debe recordarse claramente que, incluso en esta óptima morada que los seres humanos consagran para que Dios habite, Quien es el más Puro de los Puros no vendría, a menos que su morada en el corazón, por espontánea y amorosamente que se le ofrezca, esté absolutamente limpia, vacía y despojada de todo elemento extraño. ¡La más leve mácula u obstrucción, en forma de impurezas corporales, Le impide entrar! Por lo tanto, quienes verdaderamente quieren que Dios more en sus corazones deben tenerlos totalmente limpios y vacíos, despojados de todo deseo egoísta y de lujuria, ira, codicia y odio: vacío de todo deseo, tanto bueno como malo.
— Bhau Kalchuri, Lord Meher VII.