El alma (atma), durante el curso de la evolución de su consciencia, mientras se identificaba conscientemente con formas variadas, finitas y densas, también lo hacía de manera simultánea, aunque inconscientemente, con su forma finita sutil y su forma finita mental, las cuales se asociaban con el alma en una compacta, homogénea e inconsciente alianza a lo largo de todo el curso de la evolución de la consciencia, desde el mismísimo primer impulso.
Aunque el alma se disoció frecuente y conscientemente de las formas finitas densas que actuaban como instrumentos para experimentar las impresiones obtenidas en el curso de una mayor y superior evolución de la consciencia, el alma nunca pudo disociarse, consciente o inconscientemente, directa o indirectamente, de su forma finita sutil y de su forma finita mental.
Por el contrario, mientras el alma disoció su identificación con cualquier otro instrumento de forma finita densa, fue la asociación inconsciente del alma con su forma finita sutil, la que fortaleció al alma (a la sazón sin instrumento denso alguno) con la energía finita (la fuerza impulsora) para darle la tendencia a la consciencia del alma hacia su identificación con el siguiente instrumento de la siguiente forma finita densa, a fin de experimentar las impresiones de la última forma finita densa disociada, retenida y reflejada por la forma finita mental de esta alma.
Sin embargo, es natural que, junto con la evolución de una consciencia superior y mayor del alma, la evolución de la forma finita sutil tenga también lugar para fortalecer al alma con mayor energía finita, a fin de inclinar a la consciencia del alma, cada vez más consciente de lo denso, a identificarse con tipos cada vez más elevados de formas finitas densas, que evolucionaron por las impresiones de la precedente e inmediata forma finita densa.
De igual modo, la evolución de la forma finita mental del alma también tiene lugar simultáneamente para acomodar, retener y reflejar las impresiones crecientemente innumerables y variadas, obtenidas y acumuladas por la evolución de la consciencia cada vez mayor del alma.
Es así cómo, cuando el alma tiende a identificarse con variadas especies de formas vegetales, la forma finita sutil evolucionada y la forma finita mental evolucionada del alma empiezan a mostrar señales mayores y visibles de la asociación del alma con su forma finita sutil y su forma finita mental muy evolucionadas, en la figura de variados y rápidos ciclos de cambios que tienen lugar en las formas vegetales; y, asimismo, en la figura de las formas vegetales que muestran las primeras señales de tendencias peculiares, variadas y significativas de autoconservación y supervivencia de los más aptos.
En las formas de los gusanos, las aves y los peces, esta tendencia de la forma finita mental del alma se traduce gradual y firmemente en la figura del instinto, hasta que, en la forma de los animales, este instinto se manifiesta plenamente como uno de los aspectos finitos de la forma finita mental del alma. Gradualmente, este instinto se transforma además y completamente en intelecto, siendo éste el aspecto más elevado de la manifestación de la forma mental en la forma humana del alma humana con consciencia densa que experimenta el mundo denso.
Así es cómo, sólo en la forma humana están plenamente desarrollados el cuerpo sutil y el cuerpo mental, por lo cual el alma, asociándose conscientemente con la forma humana está, por así decirlo, plenamente equipada con un cuerpo humano, un cuerpo sutil y un cuerpo mental, junto con la consciencia plena de lo denso.
Aunque el alma ha logrado la consciencia en la forma humana y así experimenta al mundo denso, empero el alma humana consciente de lo denso es inconsciente del cuerpo sutil y, por ello, no puede experimentar el mundo sutil. También es inconsciente del cuerpo mental, de manera que no puede experimentar al mundo mental.
Aunque el alma tiene solamente consciencia de lo denso y es inconsciente de lo sutil y lo mental, ciertamente funciona a través de los cuerpos sutil y mental, aunque indirectamente, en el plano denso. El alma humana consciente de lo denso es inconsciente de sus cuerpos sutil y mental y de los respectivos mundos sutil y mental, y no percibe la energía de lo sutil ni la mente de lo mental, pero puede usar la energía a través de los diversos aspectos densos de la energía, tales como la energía nuclear. Y puede usar la mente a través de varios aspectos densos de la mente, como lo son los deseos, las emociones y los pensamientos. De éstos, los deseos son el aspecto predominante de la mente.
De modo que esta alma, a la sazón plenamente consciente de lo denso de la primerísima forma humana física o densa y todavía inconsciente de lo sutil y lo mental, experimenta en el mundo denso las impresiones de la ultérrima forma animal densa de la que se disoció o se despojó.
Cuando se agotan todas las impresiones de la ultérrima forma animal densa, es natural que la primerísima forma humana densa se disocie del alma. Esta experiencia del alma se denomina universalmente la muerte del ser humano.
Como se explicara anteriormente, aunque esta alma se disocie de la primerísima forma humana física, nunca se disocia de su forma o cuerpo sutil o de su forma o cuerpo mental.
También se explicó anteriormente que, aunque esta alma se disocie de su primerísima forma humana densa, el alma retiene y experimenta a través de los cuerpos sutil y mental las impresiones de la primerísima forma humana de la que se despojó o disoció, y el alma se asocia nuevamente con la más próxima forma humana para experimentar las impresiones de la anterior forma humana de la que se despojó. De hecho, la más próxima forma humana no es sino el molde consolidado de las pasadas impresiones retenidas del cuerpo o de la forma anterior que se disoció del alma. De manera que la asociación del alma con la más próxima forma humana se llama universalmente el nacimiento de un ser humano.
El intervalo aparente entre la muerte y el nacimiento de un ser humano es el período en el que el alma consciente de lo denso, en su asociación con sus cuerpos sutil y mental plenamente desarrollados, tiene experiencias de la predominante contraparte de las impresiones opuestas acumuladas por la recientemente disociada forma humana. Este estado del alma, en el intervalo aparente entre la muerte y el nacimiento, se llama generalmente infierno o cielo, y este proceso de asociación y disociación intermitentes del alma consciente en la forma humana, ahora plenamente consciente, se denomina el ‘Proceso de la Reencarnación’.
Si la contraparte predominante de las impresiones de los opuestos (como lo son la virtud y el vicio, el bien y el mal, masculino y femenino, etc.), tal como la experimenta el alma asociada solamente con lo sutil y lo mental, es de virtud o bondad (o sea, el aspecto positivo de las impresiones de los opuestos), entonces se dice que el alma está en el cielo. Si es de vicio o maldad (o sea, el aspecto negativo de las impresiones de los opuestos), entonces se dice que el alma está en el infierno.
Los estados de cielo e infierno no son sino estados de intensas experiencias de la consciencia del alma, experiencias de las partes predominantes de las impresiones de los opuestos mientras el alma se disocia del cuerpo humano denso o forma. El alma misma no va al cielo o al infierno, como se cree generalmente, porque es eternamente infinita y está eternamente en el Alma Universal. La que experimenta las impresiones es la consciencia del alma.
Tan pronto se experimenta y agota la contraparte predominante de las impresiones, y precisamente cuando está a punto de mantenerse el equilibrio entre los opuestos de las impresiones de la última forma humana que fue desechada, en este punto, el alma se asocia automáticamente con la más próxima forma humana, plasmada con las impresiones consolidadas de los opuestos que están a punto de hallarse en un estado de equilibrio.
De manera que la consciencia densa del alma, después de experimentar el infierno o el cielo, se asocia con la próxima forma humana (nace nuevamente) para experimentar y agotar las impresiones opuestas residuales del último nacimiento. Como ya se dijo, esta siguiente forma humana del alma, no es sino el molde consolidado de las impresiones opuestas residuales de la última forma.
De esta manera, una cadena aparentemente interminable de nacimientos y muertes de formas o seres humanos continúa formándose y reduciéndose. Éste es el curso de la reencarnación en formas humanas del alma, después de haber logrado la plena consciencia densa a través de todas las series evolutivas de la consciencia densa. Precisamente desde el estado inconsciente del alma (comparable con el estado de sueño profundo del hombre), hasta haber logrado la plena consciencia densa (comparable con los ojos bien abiertos del hombre en el estado de vigilia) mientras experimenta el mundo denso, el alma es Una –indivisible, infinita y sin forma– y está eternamente en el Alma Universal.
A lo largo de todo el proceso de la evolución, la reencarnación fue un resultado absolutamente espontáneo del primer impulso, manifestado en el alma inconsciente, para ser consciente de su Yo eterno e infinito.
Como ya se mencionó, ahora podemos entender que el ciclo de la evolución de la consciencia del alma hizo que evolucionara una consciencia cada vez mayor, junto con la evolución de formas de tipos cada vez más elevados, mientras agotaba las impresiones de las formas de tipos inferiores de las que se disoció.
De manera que la evolución de la consciencia del alma hace aparentemente que el alma se identifique con especies densas cada vez más elevadas, propias de las formas del mundo denso, y acumule variadas e innumerables impresiones de aquéllas.
Las formas densas bien definidas y principales (después de las primerísimas siete formas principales de las formas gaseosas y fluidas más abstractas) con las que la consciencia del alma se asoció (con cada salto y cada vez con mayor consciencia) se separan, mediante los siete saltos, de la piedra al metal, del metal al vegetal, del vegetal al gusano, del gusano al pez, del pez al ave, del ave al animal y, finalmente, del animal al ser humano.
La primera impresión finitísima del primer impulso dio al alma inconsciente la primera consciencia finitísima. Gradualmente, variadas impresiones lograron una consciencia finita mayor para el alma, y finalmente, la evolución de la consciencia se completó cuando el alma se identificó con la primerísima forma humana.
En la forma humana, el alma logra la consciencia plena y completa.
Por lo tanto, al haber logrado ahora el alma una consciencia plena y completa en la forma humana, no necesita ninguna otra forma o forma superior para hacer que la consciencia evolucione.
Esta consciencia es plena y completa.
Aunque esta alma logró una consciencia plena y completa, todavía no es para nada consciente de su Yo como Uno, indivisible, eterno e infinito, y no experimenta conocimiento, poder y dicha infinitos. Empero sólo es plenamente consciente de su identidad con la forma humana y con los variados aspectos de ella, y experimenta plenamente el mundo denso.
El alma con consciencia plena es todavía inconsciente de su estado original infinito a causa del peso indeseado (aunque necesario) de las impresiones densas de la forma humana, de las cuales la consciencia del alma se disocia cuando esa forma muere. Estas impresiones de la forma humana, que ahora está muerta, todavía se aferran a la consciencia plena que logró; y, como es usual, la consciencia del alma se centra en estas impresiones densas de la forma humana que acabó de desechar.
Al tratar de quitar la carga de estas impresiones de la consciencia, la consciencia densa del alma tiende a que el alma experimente y agote estas impresiones a través de innumerables experiencias de los opuestos, recibidas a través de una serie de encarnaciones. En este proceso de reencarnación, la consciencia del alma, mientras trata de liberarse del peso de las impresiones, todavía se enreda en cada etapa de la reencarnación. Cuando se está por alcanzar un equilibrio completo de las experiencias de las impresiones de los opuestos, es en ese momento que el equilibrio es perturbado por la consciencia del alma asociándose con la próxima forma humana. La ausencia de esta asociación habría de otro modo neutralizado el efecto de las impresiones, con un pleno equilibrio de las respectivas experiencias de los opuestos y, de esa manera, habría liberado a la consciencia del alma de todas las impresiones de los opuestos.
Aquí, sería apropiado el símil de un ‘equilibrio perfecto’. La consciencia que el alma logró durante el proceso de la evolución semeja el fiel de una balanza que marca un equilibrio perfecto, a los dos platillos de la balanza se los llenó con los desiguales pesos de las impresiones de los opuestos, como lo son la virtud y el vicio, etc.
De este modo, la consciencia, actuando como el fiel, trata de lograr el equilibrio, el cual es imposible mientras existan desiguales impresiones de los opuestos, que queden por ser experimentadas. Por lo tanto, la consciencia densa del alma busca constantemente experimentar las predominantes impresiones de los opuestos a fin de lograr un equilibrio total de las impresiones de los opuestos.
Pero lo trágico es esto: tan pronto la consciencia densa del alma tiende a alcanzar el punto cero de equilibrio mediante la experiencia gradual de las predominantes opuestas impresiones, ocurre que la consciencia del alma se enfrasca también, invariablemente, en experimentar las predominantes opuestas impresiones y las experimenta y agota en un grado tal que estas predominantes impresiones de los opuestos se reducen (a través de la experiencia) a tal nivel, que las impresiones que tenían un peso relativo menor que las predominantes opuestas impresiones originales ahora se vuelven predominantes; y ocurre una gran perturbación del balance o equilibrio; por lo cual la consciencia, actuando como el indicador del equilibrio, oscila o se desvía precisamente en la dirección opuesta de su experiencia original.
En esta circunstancia, la consciencia del alma se vuelve hacia la experiencia de las recientemente predominantes impresiones de los opuestos a través de otra forma humana. Un ser humano toma forma o nacimiento como un instrumento para satisfacer la apremiante necesidad de la consciencia del alma, que ahora busca agotar, gastar o experimentar las más predominantes impresiones de los opuestos.
Por lo tanto, es natural que las predominantes cualidades manifestadas por esta alma humana estén de acuerdo con las predominantes impresiones de los opuestos, de las que esta nueva forma humana es sólo el molde.
De manera que, en el proceso de la reencarnación, el alma humana plenamente consciente de lo denso, fortalecida con los cuerpos sutil y mental plenamente desarrollados, aunque inconsciente de éstos, debe experimentar necesariamente variadas e innumerables experiencias de impresiones de los opuestos (las impresiones que son diametralmente opuestas) en una cadena de experiencias interminables.
A través de su asociación con el cuerpo denso, el alma busca agotar las impresiones de los opuestos que anteriormente acumuló, pero raras veces logra hacerlo. Por el contrario, a menudo acumula nuevas impresiones de los opuestos. Cuando la forma densa está a punto de agotar las impresiones que la introdujeron en la existencia, es desechada. Las impresiones residuales de los opuestos conducen al alma hacia el cielo o hacia el infierno, de acuerdo con el predominio de la virtud o del vicio. También en la existencia desencarnada, todas las impresiones de los opuestos buscan agotarse a través de las experiencias subjetivas de las impresiones vivificadas. Pero incluso aquí, en el estado celestial o infernal, en general hay una aproximación al equilibrio del estado sin impresiones, aunque mayormente no se lo alcanza, y las predominantes impresiones residuales de los opuestos acucian a la consciencia del alma a asociarse con un nuevo instrumento denso. No hay equilibrio completo en la muerte ni tampoco en el nacimiento. Sólo se lo puede lograr en el mundo denso. Por lo tanto, una interminable cadena de vidas en la esfera densa es sustentada por impresiones residuales, hasta que la consciencia logra establecerse en el equilibrio en el que no hay impresiones.
En cada etapa y en cada estado de la reencarnación, la consciencia del alma humana plenamente consciente, se centra firmemente en las impresiones cada vez más concentradas de las formas de los humanos con las que se identificó y de las que se disoció. Parece que no hay escape* de estas concentradas impresiones. Estas impresiones deberán ser experimentadas y agotadas, y cuanto mayor sea la cantidad de las impresiones que se experimenten, más se concentran las impresiones.
La única solución para hacer que esta concentración de las impresiones ‘sea menos densa’ es que la consciencia del alma plenamente consciente de los humanos experimente, cada vez más y con mayor rapidez, estas impresiones de un modo tal y con una frecuencia tan grande que cada impresión que se experimente, y la impresión que esta experiencia cree, sea de algún modo contrabalanceada por una impresión opuesta.
A lo largo de todo el proceso de la reencarnación, continúa este juego del equilibrio y del contrabalanceo de las impresiones de los opuestos, y el proceso de la reencarnación se sustenta en este juego. De este juego depende la emancipación final del alma consciente de los humanos respecto de las cadenas de la ignorancia, y la realización última de la consciencia del Yo.
De manera que, en el proceso de la reencarnación, el alma humana plenamente consciente de lo denso debe experimentar necesariamente innumerables y diversas experiencias de impresiones de los opuestos (las impresiones que son diametralmente opuestas) en una cadena aparentemente interminable de experiencias coherentes.
Por lo tanto, el alma humana consciente de lo denso, que es plenamente consciente, pasa por la experiencia de los opuestos en el mundo denso, la consciencia del alma tiene que identificarse (o reencarnar) un número de veces como varón, luego como mujer, y viceversa, en diferentes castas, credos, nacionalidades y colores, y en distintos lugares; una vez como rico, y otra vez como indigente; a veces sano y a veces enfermo, y así sucesivamente, reviendo durante todo el tiempo las impresiones de los opuestos, creando impresiones opuestas, y agotándolas simultáneamente mediante experiencias contrarias.
Sólo a través de estas diversas impresiones de los opuestos y de sus experiencias respectivas de los opuestos, el alma humana consciente de lo denso en el mundo denso podría posiblemente un día, después de millones de nacimientos y muertes, y a través de estas experiencias de los opuestos de muertes y nacimientos, ser capaz de equilibrar o hacer que sean menos densas las impresiones residuales o concentradas de los opuestos.**
En este ciclo de muertes y consiguientes nacimientos de las formas de los humanos, el resultado es, en última instancia, una incitación para que la consciencia plenamente evolucionada del alma humana consciente de lo denso, involucione esta consciencia hasta la profundidad en la que la consciencia plenamente involucionada de esta alma capte la realidad del estado infinito y eterno del Yo.
Este proceso de involución de la consciencia tiene lugar gradualmente a medida que las impresiones densas de los opuestos se tornan gradualmente menos densas y menos concentradas.
En esta etapa, la consciencia del alma humana consciente de lo denso se disocia poco a poco del mundo denso, a medida que la involución de la consciencia se pliega, y gradualmente se disocia y deja de experimentar las impresiones del mundo denso.
Esta involución de la consciencia densa sólo es posible cuando las impresiones de los opuestos, de manera gradual, después de un larguísimo proceso, se tornan menos densas a través del proceso de la infalible reencarnación, que lleva hasta el límite de las impresiones densas de los opuestos y de las experiencias densas de los opuestos.